El ministro de la Función Pública, don Sebastián Martín Retortillo,
salmantino él, la ha armado buena con decir que “la Administración española es
lenta, ineficaz, irresponsable, inhumana, cínica, arrogante e indisciplinada”,
en un informe que ha presentado al Consejo de ministros, y en el que agrega que
“la reedificación de la Administración resulta más rentable para el Gobierno
que la elaboración de muchas leyes”. La
ha armado buena porque el decir verdades en este país —que se llama España, por
mucho que se empeñen algunos en silenciar el nombre— equivale a enfrentase con todo
el mundo y acabar teniéndose que marchar a casa. No le deseamos esto a don
Sebastián, pero ya veremos en qué queda todo. Si el diálogo de don Sebastián
hubiera sido con don Hilarión, como en “La verbena dela Paloma”, todo hubiera
quedado en nada, pero el que haya sido en el Consejo de ministros puede tener
su trascendencia. Habría que cantar, tal vez, como en “La verbena”, y aunque
del informe se salve alguno, aquello de “Tiene razón don Sebastián, tiene
muchísima razón…”
Refiriéndose a los empleados, y no a los funcionarios, habría que decir
que también con éstos se cuecen habas así de gordas. Por no ir más allá,
recordamos que aquí en Cáceres, hace ya muchos años, se publicaba un
periodiquito que recogía todos los aspectos locales. Prácticamente el periódico
lo hacía una sola persona, a la que una vez le invitaron unos amigos a una
cacería de perdices, a lo que el bueno del director era muy aficionado; lo malo
era que había que estar un día fuera y, como era Semana Santa, tenía que salir
una procesión de determinada Cofradía, cuya reseña del acto había que hacer,
por lo tradicional. El periodista de nuestro cuento se “lió la manta a la
cabeza” y mire por dónde ideó dejar la reseña hecho, puesto que de unos años a
otros no variaba, encargando al cajista de turno que lo compusiera llegado el
caso. Así se hizo y así salió, pero como a causa de la lluvia la procesión se
había suspendido, aquello fue un campanillazo y un escándalo en el ambiente
local.
Ahora, con las salidas a tomar café de los funcionarios y con otras de
los empleados particulares, tampoco anda muy bien la cosa. Como ejemplo les
diremos —sin citar nombres, claro— que en la puerta de un determinado
establecimiento particular dedicado a mecanismos lleva colgado tres días un
cartel que dice: “Estoy a Correos”, sin que el empleado que debiera atender
aquello porte por allí, con la lógica desesperación de la clientela, que se
pregunta: “¿Será que le han secuestrado?”
Si eso de la atención al público se ha olvidado, aún en las empresas
particulares, cuánto más en las oficiales, donde el público es el que, de
tradición, ha de tragar, sin tener siquiera derecho a la protesta… Así nos luce
el pelo, aun a los que estamos calvos.
Diario HOY, 26 de noviembre de 1980
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