Lo ocurrido al cacereño en Puerto Real es un síntoma de cómo terminan
las confrontaciones deportivas cuando las
cosas se encrespan. “Aquello fue un infierno”, dice alguno de los que lo
presenció. “Hubo invasión de campo —agrega otro— y Montoya salió malparado por
proteger al árbitro…” Es más, a nuestro compañero Tomás Pérez, que retransmitía
“el partido”, le dieron algún pescozón y no se tragó el micrófono de
milagro. Todos están de acuerdo con la
decisión arbitral, porque cortar y dar por finalizado el encuentro era lo único
que cabía.
Estas situaciones son muy difíciles para el que arbitra una contienda,
hasta el punto de que se ha llegado a decir que lo mejor sería que el equipo
local —cuando se dan casos de éstos— tuviera permitido no respetar el
reglamento, aunque éste se le aplicara a rajatabla al equipo visitante. Pero,
¿ustedes se imaginan cómo acabarían estos encuentros? Mientras unos tendrían
permitido estar fuera de juego, poner zancadillas, dar agarrones, moler a
tortas y aun a garrotazos a los jugadores contrarios éstos tendrían que
observar con todo rigor el reglamento y ser amonestados y hasta expulsados nada
más que golpearan —aunque fuera sin querer— a los del equipo local. Me imagino
yo que no habría árbitro que fuera capaz de dirigir una contienda de este tipo,
y mucho menos “equipos visitantes” que las aguantaran, porque lo más lógico es
que acabaran hartándose y abandonando el lugar de juego.
Pues aunque esto parezca fruto de una imaginación calenturienta, algún
cacereño nos ha señalado que, ni más ni menos, es lo que está pasando —o puede
pasar— en la lucha contra el terrorismo y el caso Arregui, con cuyo trato poco
humano nadie podemos estar de acuerdo, pero sin olvidar que en el “partido” que
se está jugando” hay un equipo que no cumple los reglamentos, mientras al otro
—los que luchan contra el terrorismo— se los estamos haciendo cumplir a
rajatabla. No digo yo que estos últimos se salten el reglamento a la torera,
pero pienso que son los únicos que atienden las “decisiones arbitrales” (léase
derechos humanos) y cuando se la saltan arrostran las consecuencias pero lo que
me preocupa, y creo que nos preocupa a todos, es hacer que los terroristas en
general “cumplan el reglamento”, porque aceptando todas las protestas que pueda
haber y que son lógicas, ¿cómo podemos hacer que ETA no asesine, que tenga
humanidad con los que apresa y utilice métodos más humanos en sus protestas? Muchos
creemos que ese es el meollo de la cuestión.
Diario HOY, 19 de febrero de 1981
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