En nuestro país hemos venido practicando demasiado tiempo el “tente mientras cobro”, como para que
podamos desterrarlo de nuestras relaciones en un momento, Y como para que lo
tomen en serio y lo corrijan las muchas sociedades que se dicen defensoras del
consumidor, que sólo han surgido para crear una burocracia inútil más, con beneficios
para los que integran sus cuadros directivos, pero sin ninguno para el
indefenso consumidor que, en España, sigue teniendo minoría de edad y nadie le
respeta. Es triste, porque consumidores somos todos. Pero el hecho real es que
si un consumidor tiene una reclamación que hacer, aunque recurra a alguna de
estas asociaciones, tras del poco caso que le hacen, se encuentra más solo que
la una, con lo que el único camino —lento camino— es la reclamación judicial,
que ya existía antes que las mencionadas asociaciones.
No importa que el fraude sea tan de bulto como para que todos lo
comprendan. El consumidor, por muchas razones que le asistan, tendrá que
emprender el largo, complicado, caro y lento camino de la justicia ordinaria,
Pero solo y sin la compañía o el estímulo de esas inútiles (aunque vistosas)
asociaciones de consumidores.
Uno de los fraudes más al uso, es el de la construcción. No decimos
que todas las constructoras defrauden, pero sí que muchas de las que se dedican
a hacer viviendas, por la apetencia que hay de ellas, y la poca inspección que
ejercen quienes deberían hacerlo, dan gato por liebre al más pintado. Como,
parece ser, sucede con inmuebles de la calle Dionisio Acedo y con tantos otros
más. Da la impresión de que se ha puesto de nuevo de moda el viejo bolero
titulado “Mi casita de papel”. Aunque
lo malo es que cobran las casitas como si sus muros y materiales fueran de oro.
Así se forran muchos y las asociaciones de consumidores en congresos o
reuniones que tratan de hacer mala filosofía de cada caso.
Diario HOY, 29 de octubre de 1987