Ya no valen las condenas que estamos hartos de hacer todos. El hombre
del pueblo, el de a pie, como usted y como yo, porque no tenemos “la sartén por el mango”, puede que no
tengamos a otra cosa a que recurrir que a la condena de unos hechos en los que
no podemos intervenir directamente de otro modo, pero a los que tienen “la sartén por el mango” no les podemos
consentir que se queden solo en la condena de los hechos, de palabra,, sin
mover un solo dedo en otro sentido, ni buscar otras soluciones, porque el tener
“el mango de la sartén” ha obligado
siempre a utilizarla, para eso le hemos dado “la sartén” con sus respectivo mango, para que la utilicen y se
dejen de hacer, por comodidad o por no saber utilizarla, lo que solo podemos
hacer usted o yo, que no tenemos “sartén”
ninguna. Si no la saben utilizar, que dejen “la sartén” a otros que sepan hacer mejor uso de ella.
Como ustedes pueden imaginar me estoy refiriendo a los incendios
forestales en los que las autoridades
—los de “la sartén”— aparte de
arbitrar unos medios profesionales (bomberos, aviones, etc.) que hacen lo que
pueden, no acaban de tomar actitud ninguna en lo que es la raíz de este asunto:
erradicarlos, evitarlos (con sanciones ejemplares a los pirómanos, o como sea,
ellos sabrán, que tienen los hilos del tinglado).
No es ya de recibo —ni en esto ni en lo del terrorismo— ceñirse sólo a
lo que hacemos los ciudadanos de a pie: la condena verbal. Puede esa condena
acallar la conciencia del político, pero visto está que no sirve para nada.
Pensamos que los políticos fueron elegidos, no sólo para la prebenda, sino para
mojarse con algo más que condenando los hechos. ¿Cómo habrá que decirles:
“Oiga, que usted está ahí para solucionar cosas, aunque esa sea la parte fea de
la política”?.
Diario HOY, 26 de agosto de 1986