Tenemos que hacer una campaña contra la intolerancia y tomarnos más en
serio la democracia, librándola de los dictadores de brocha y “spray”, que ensucian la convivencia que
tanto trabajo nos ha costado conseguir a todos. Resulta que ayer, que era el
día en que la iglesia y la Diputación, que le tiene por patrono, festejan a san
Pedro de Alcántara, apareció la estatua que de él hay en la Plaza de Santa
María, embadurnada de pintura roja. Los pintores, presumiblemente, son los de
siempre: un grupo, que no forman arriba de cuatro personas, que montan su exhibicionismo
seudorrevolucionario a base de brocha y “spray”,
porque no saben hacerse notar de otro modo. En esta España de libertades,
conseguidas a pulso por todos, ellos no respetan la libertad ajena y buscan
esos cauces de la pintada y la molestia a los demás, porque por los cauces
legales y democráticos no son capaces de “comerse una rosca”, y siguen
insistiendo en unas ideas desfasadas y anticuadas, en las que no creen ni ellos
mismos.
La asignatura de la convivencia y el respeto a las ideas ajenas es muy
difícil de aprender y mucho menos de aprobar y, poco a poco, y a trompicones,
hemos ido avanzando en ella. Democracia es convivir con las ideas contrarias
sin matarse unos a otros y aún sin pintar los símbolos contrarios, porque no
los comportamos. Todo esto tiene unas reglas de juego que hay que aceptar y
respetar, pero el que ni las acepta ni las respeta, es un dictador que no tiene
cabida en el juego y no puede estar abusando continuamente de la paciencia de los
demás y rompiendo siempre la baraja de la convivencia. Los nombres de esos
tales los conocemos todos, y la democracia debe tener, y emplear, mecanismos de
autodefensa para que cuatro “piernas”,
que para más inri presumen de demócratas, no nos la estropeen.
Diario HOY, 20 de octubre de 1987
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