Desde luego tenemos el santo de espaldas. Primero fue la peste porcina
africana la que nos dejó planchada la ganadería extensiva extremeña, la del
riquísimo cerdo ibérico, no muy grande y de color pizarra, que andaba por esos
encinares de Dios buscando bellotas y del que decía un pensador extremeño, ya
muerto, “que tenía ricos hasta los
andares”. Ese era el cerdo, cerdo y no los mastodónticos cerdos rubios a
los que aquí llamábamos “guarros portugueses”
o “gallegos”, porque no eran
autóctonos de nuestro territorio, y porque se criaban realmente estabulados y
no en plena libertad, como el cochino nuestro. En fin, que vino la peste y que
nos quedamos sin cerdos de ese tipo, y que a estas alturas todavía no se ha
encontrado una vacuna eficaz para combatir dicha enfermedad.
Así las cosas, ahora nos llega la otra peste, la equina, que dicen la
han traído unas cebras que, no sé qué ecologistas o zoologistas, se empeñaron
en aclimatar aquí, y que están a punto de dejarnos sin caballos.
Afortunadamente, a nuestra región no ha llegado todavía la enfermedad, según se
dice, pero la tenemos casi en puertas, en Ávila, por lo que “cuando las barbas de tu vecino veas rapar,
echa las tuyas a remojar”, Quiero decir con ello que, yo que nuestras
autoridades, vacunaba hasta a los “pasos
de cebra”, no vaya a ser que también nos la líen con esa otra cabaña
ganadera y nos tengamos que dedicar a exportar sapos parteros, de los que al
parecer estamos muy bien abastecidos.
Viene esto a cuento y como comentario al cuidado que tenemos que tener
con nuestra cabaña que, sin duda, se relaciona también con la denominación de
origen que se quiere conseguir de los productos de cerdo de la región, a los
que se les quiere poner algo así como “Montanera
de Extremadura”. No está mal, pero debemos darnos prisas, porque podemos
quedarnos sin “bichos”.
Diario HOY, 20 de septiembre de 1987
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