Desde luego hay algo que no funciona, o que funciona mal, en esto de
los incendios veraniegos, que debería a estas alturas tomarse bastante más en
serio de lo que se toman. Estamos ya tan acostumbrados a esta forma de
destrucción de riqueza que, el hábito de ella, como en el caso del terrorismo,
no lleva más que a las lamentaciones pero sin medidas positivas para evitarlos,
en la forma y cuantía que se puedan.
¿Por qué se producen estos incendios, a los que muchas veces se
cataloga de intencionados? Hay un montón de explicaciones que no hemos llegado
a comprender del todo. Hay quien dice que, en el caso de las masas arbóreas, se
hacen para obtener materia prima barata en plantaciones jóvenes, que de otro
modo no se obtendría. Si esto fuera cierto, pienso que se podría haber encontrado
método de poner al descubierto la maniobra de los compradores de ocasión. En
otros casos se habla de venganzas personales, de la quema de cotos de caza para
fastidio de los que los explotan, cosa que tampoco llego a comprender del todo,
inclinándome más por la negligencia, pero llegando a pensar que esa negligencia
puede combatirse con alguna ley, como se ha hecho en otros países, no dejando
fumar en los vehículos.
Hay otro punto oscuro y es el porqué el Ministerio de Obras públicas,
o los encargados de carreteras, no se obligan a limpiar las cunetas y dotarlas
de cortafuegos, como sería lo lógico en años como el presente. Los daños que se
reseñan no suelen decir nada, porque los que los reseñan no saben una palabra
del valor de los pastizales para el ganadero, que mantiene ganado en extensivo
y, tras un incendio, tiene que alimentarlo con piensos. Estos fuegos nos están
empobreciendo a todos y uno no acaba de comprender cómo no se toman más drásticas
medidas para evitarlos, tengan el origen que tengan. Bien demostrado queda que
el reseñarlos y lamentarlos, no conduce a nada práctico.
Diario HOY, 28 de julio de 1984
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