La Diputación quiere becar a unos especialistas, a unos biólogos, con
el fin de que estudien dos de nuestros mejores quesos: el de los Ibores y el
llamado “torta” del Casar, para ver
la forma de producirlos industrialmente, dada su fama. Yo pienso que parte de
esa fama le viene a esos quesos porque no se han podido industrializar hasta
ahora, con lo que posiblemente, de encontrar el modo de realizarlos “en serie” puede ser el comienzo del fin
de su fama, que base en la propia artesanía y, en el caso de la “torta” del Casar, en unas condiciones
que se desconocen hasta el momento.
Para el que no lo sepa, le diré que la llamada “torta” es un queso de oveja, como otro cualquiera de los muchos que
se realizan en Casar de Cáceres que, por una razón hasta lo de ahora
desconocida, en vez de “madurar” como
queso corriente, se convierte en crema de queso, queso que se revienta por uno
de sus lados, dejando salir una crema exquisita que no puede “imitarse” por métodos industriales,
porque de una serie de quesos hechos en el mismo día y por las mismas manos y
los mismos ingredientes, unos se convierten en “tortas” y otros no.
Hace años, un químico excepcional, como fue el señor Corrales, se
empeñó en encontrar el “secreto” de
la torta casareña sin conseguirlo. Yo pienso que los tiempos y las técnicas han
evolucionado y posiblemente estos biólogos acaben llegando a desvelar el
misterio de “la torta” casareña. Yo
me alegraré mucho por un lado, porque la ciencia quesera habrá avanzado y ello
puede reportar beneficios a nuestra región, pero por otro, por el lado del
degustador de una delicia de “la
artesanía queseril”, me disgustaría el que se haya arrancado un secreto de
siglos a la propia naturaleza. Tovar Mena me dice que se hace así porque no van
quedando “queseros”. Ello es lo único
que puede justificar ese “asalto” a
la intimidad de este queso.
Diario HOY, 27 de enero de 1987
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