Una de mis debilidades es hablar de la
caza. Ya que no se puede hacer otra cosa, porque el cazar cada día va siendo
más difícil, al menos a uno le queda el consuelo de hablar de ella, para lo
que, hasta el momento, ni se necesita permiso ni licencia, aunque me temo que, de
seguir así las cosas, el hablar de caza será cosa prohibida sin la debidas
licencias de la superioridad. En fin, que no sólo me gusta hablar, sino leer
sobre caza y así, me he bebido los
libros de Covarsí, que se han reeditado, y en los que don Antonio, que fue un
cazador de cuerpo entero, con arrestos de corsario, nos cuenta cómo se cazaba a
finales del siglo pasado y principio de este, que fue el espacio de tiempo que
le tocó vivir.
Lo verdaderamente curioso es que la
caza se ha “estado acabando” siempre.
Tengo revistas de cuando salieron las primeras escopetas de pistón, y en ellas
se dice que la caza se termina y lo mismo dicen las revistas de todas las épocas,
ya que esto se ha estado exagerando siempre. Pero no voy a eso, sino a las
declaraciones de un cazador actual, como Juanjo Viola, en las que le da un
repaso a estas cosas y al director general de Medio Ambiente, y gran amigo mío
y suyo, Jesús Garzón. Hay un consejo que Jesús no debería echar en saco roto,
cual es el que debe rodearse de asesores, a los que Juanjo llama “sanedrín”, como “El Perdiz”, “El Planeta”,
Santano, “El Gato” y también Manuel
Terrón Albarrán, lo que quiere decir en buen castellano que debe rodearse de entendidos,
aun de corsarios, mejor que de cazadores burócratas de despacho de los que está
rodeado ahora. En este sentido, recuerdo haber oído que cuando se quisieron
hacer buenas guarderías en los cotos reales de las cabras montesas, en Gredos,
se nombró guardas a los corsarios que estaban hartos de perseguirlas, y fue el
único modo de salvarlas.
Al fin y al cabo, el único cazador en
ejercicio es el corsario.
Diario
HOY, 26 de marzo de 1986
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