Muchas veces se ha hablado del impacto psicológico y aun físico que la
televisión puede causar en los que en principio llamamos “teleadictos” y luego dejamos de llamárselo, porque todos nos
convertimos un poco en viciosos de la televisión y nos tragamos lo que quieran
ponernos. Lo que habría que saber es el impacto que a la larga, tanto en lo
físico como en lo mental, o psicológico, produce en nosotros la “tele” o
algunas de las cosas que se pasan por ella.
Ahora hay mucho joven que convence a los padres de que, para estudiar,
necesita tener la “tele” encendida y
aun otros llegan a más, porque además de todo eso se ponen unos cascos con
música en “casette” a tope, mientras
tienen la “tele” enfrente —encendida,
claro— y el libro abajo abierto por alguna página, afirmando a sus progenitores
que de no ser así, no son capaces de aprender ni una línea. Yo dudo de todos
estos sistemas y lo que hubiera querido tener, en mis buenos tiempos, es unos
padres tan ingenuos como los que ahora andan al uso.
Pero aparte de eso, hay algo que querría decir de esas series de
sobremesa que han comenzado ahora a ponernos en sustitución de “Falcon Crest” cuya acción veíamos
lejana, porque no en todas las familias hay una Ángela Channing ni una “pasta”
tan a barullo como allí. Me refiero al “Halcón
callejero” en la que se cuentan las aventuras de Hasse Match, montado en
una motocicleta excepcional que salta, brinca, tiene rayo láser y persigue a
los ladrones. Es un poco parecido a “El
Trueno Azul” que se pasó el pasado año y que contaba lo mismo de un
helicóptero, pero como motocicleta de “trial”
tienen todos o caso todos los chavales jóvenes, es más fácil creerse un Hasse
Match y hacer burradas sobre el ciclomotor en el que, dicho sea de paso, ya
hacían algunas sin haber visto la serie televisada.
Diario HOY, 26 de junio de 1986
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