Yo pienso que lo que nos está fallando a todos es el civismo. Pero lo
malo es que es muy difícil enseñar civismo a las personas mayores y resabiadas
como somos la mayoría de las actuales. Esto lo saben los domadores de caballos
a un potro se le enseña lo que se quiera, pero a un caballo adulto no hay forma
de enseñarle y, si acaso, lo que se consigue es quitarle algunos resabios a
base de fusta y paciencia.
Aquí da la casualidad de que todos somos adultos resabiados, aun los
que no tienen edad para ello, porque nos ha tocado vivir unos tiempos en los
que la madurez no ha dependido de la edad física, sino de los acontecimientos
en los que de algún modo fuimos protagonistas. Habría que comenzar por la
juventud, y aun por la niñez, para conseguir algunos frutos con el civismo que,
en otras naciones —como Alemania, que ha pasado peores tragos con las guerras
lo han conseguido. Cierto que somos latinos, más díscolos que los teutones,
pero las esencias de la civilización y la cultura han estado siempre alrededor
del Mediterráneo y no debe ser tan difícil volver al civismo, si le ponemos
como ideal de la juventud y la niñez, ¿Qué falla?, pues falla la escuela que no
suele enseñar convivencia más que si acaso teóricamente, puesto que el maestro
tendría que ser un santo que no tirara un papel más que en las papeleras y
fuera un modelo de vida cívica, lo que es realmente difícil. Falla también la
ilusión de la juventud con ese paro brutal que no le ofrece grandes
perspectivas, pero de algún modo habría que ilusionarla en algo que no fuera
sólo la lucha de clases y la lucha de generaciones (eso es lo fácil, lo difícil
es lo otro) que están pasadas de rosca, aunque sea lo más fácil de predicar.
Creo que sobra mucho Nicaragua, mucho Chile… y valdría la pena ponerse a barrer
nuestra propia casa.
Diario HOY, 16 de agosto de 1986
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