Como mi infancia y niñez se desarrolló en otros tiempos, jugábamos
entonces a juegos que ahora sería imposible jugar. Recuerdo uno de estos
juegos, el de “guardias y ladrones”,
al que ahora no podríamos llamar así, por no ofender a los segundos, ya que
parece ser son gentes muy sensibles a las que hay que proteger por encima de
todo. Ahora ese juego tendría que llamarse “guardias
y presuntos”, porque de llamarlo de otro modo puede uno terminar
empapelado, sin que libren las buenas intenciones, y no habría modo de
convencer a los niños actuales de que jugaran al mismo, no por formar parte del
grupo de los “presuntos”, sino porque
ninguno querría formar parte del grupo de los guardias, puesto que ahora
parecen haberse cambiado las tornas, y los populares y dignos de imitar son los
ladrones y no los guardias, aunque éstos
últimos caigan frecuentemente en el cumplimiento de un deber, que yo no sé si
la sociedad actual les reconoce en cuanto a sacrificio.
Son movimientos pendulares de la humanidad que unas veces está a favor
del orden y otras del desorden, y el que no lo crea, que mire todos esos
romances que encomiaban a los bandidos generosos (que de generosos no solían
tener nada): “Debajo de la capa de Luis
Candelas, mi corazón amante vuela que vuela…”, y si queremos ponernos más
serios, miremos la sentencia de Pilatos, al que el pueblo pide que condene a
Jesús y deje libre a Barrabás, el asesino. Pero no vamos a eso, sino a comentar
que al lado de dos prisiones (con reclusos dentro que no nos atrevemos a calificar
de ningún modo, por lo dicho) y entre ellos se va a instalar un magnífico
cuartel de la Guardia Civil, como dejando esa zona precisamente para eso que
decíamos, el juego, pero en serio, de “guardias
y presuntos”.
La idea no es mala, aunque estos “juegos”
ahora sean muy peligrosos.
Diario HOY, 22 de octubre de 1986
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