Viendo la indefensión en que está el ciudadano en la calle, o las
cosas de uso común, que son de todos: jardines, estatuas, fuentes, etc., que se
suelen romper, manchar o estropear impunemente, sin que los autores de ese
desmán sean nunca conocidos, mucho menos apresados y menos aún sancionados
adecuadamente, uno llega a preocuparse de por qué hay este abandono por parte
de los que elegimos para que guardaran el orden y no lo saben o no lo quieren
guardar.
La otra noche fue manchada de pintura una obra de arte, la obra
póstuma de un escultor cacereño de categoría universal como fue Pérez
Comendador, de la que todos deberíamos estar orgullosos de tener en nuestra
calles. La estatua de Hernán Cortés fue impunemente manchada, sin que el “berzas” que lo hizo tuviera la mala
suerte de tropezarse con un guardia, mientras realizaba ese desmán que nos
mancha a todos. Pero es que, mucho antes y en reiteradas ocasiones, se han
robado motivos ornamentales de la estatua de Gabriel y Galán que está en
Cánovas, o se han roto otros motivos de la estatua que los liberales de
Extremadura dedicaron a Juan Muñoz Chaves; o, también en la impunidad, se han
destrozado los motivos ornamentales de las fuentes de Cánovas, o se queman y
destrozan las papeleras, los árboles, los jardines. ¿Es que no hay guardas?
Pues sí que los hay, pero hay que reconocer que los guardas no saben a qué
carta quedarse, como suele decirse, y piden a Dios no tener que actuar ante
algún gamberro de este tipo, porque si vienen mal dadas y tienen que ser un
poco duros reprendiéndole —porque los gamberros y más en grupo no suelen
callarse— pueden acusarle de malos tratos y ser él el que se juegue el cargo y,
posiblemente, el pan de sus hijos. Mientras sigan así las cosas, no esperemos
que la seguridad ciudadana vuelva a las calles.
Diario HOY, 22 de agosto de 1986
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