Yo confieso que esto de los negocios cada
vez lo entiendo menos. No sé si algunos de ustedes sabrá el secreto que existe
en ese mundillo de los feriantes para dar anticipadamente, por la explotación
de un puesto de churros, durante cuatro días de feria, 400.000 pesetas al
Ayuntamiento, en la subasta de los terrenos. Y recojo el ejemplo del puesto de
churros porque parece que tiene menos complicación que la explotación de
cualquier otro “cacharro” de feria,
como puede ser una “noria”, una pista
de “coches de choque”, o una “rifa”.
Si echamos cuentas, cada día de esos cuatro
días hay que superar el beneficio de 100.000 pesetas, si es que uno quiere que
le queden ganancias; y yo no me explico cómo se puede lograr esto.
Ello alguna vez ha sido tema de conversación
con alguna otra persona.
“Es
que, como en unos sitios ganan y en otros pierden —me ha dicho alguno— casando las ferias de ganancias con las de
pérdidas, siempre queda algo”.
Para mí, eso no es argumento válido, porque
en otras ferias de nuestro entorno, dan aún más dinero que aquí por los terrenos
y, aunque el industrial tiene que seguir con su industria y en algún sitio
ganará más que en otro o saldrá lo comido por lo servido, no creo que en
Cáceres sea plaza en la que en cuatro días, vendiendo churros, se puedan sacar
beneficios a 400.000 pesetas de inversión, como primer gasto, más otros más que
llevará aparejada la industria. Oiga, ¿pero qué se gana con los churros y cómo hay que venderlos para sacar esa
inversión adelante?. Confieso que para mí este es un misterio, que miro cada
año en ferias, como se mira el truco del prestidigitador, sin entenderlo, pero
diciéndose uno internamente: “aquí tiene
que haber trampa”.
Tampoco entiendo mucho el afán que les entra
a los políticos al ras de las elecciones de ser los primeros en las listas de sus
respectivos partidos, por el simple afán de servirnos a nosotros y a la patria…
Pero esto es harina de otro costal, aunque huela también a churro.
Diario
HOY, 9 de mayo de 1986
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