A ras de terminada la guerra civil, entró el afán de repoblar todas
las zonas que, a causa de la contienda, habían quedado desarboladas. Se hizo
gran propaganda de ello, pero lo cierto es que en aquel entonces las gentes se
ponían a hacer las cosas que “predicaban”,
no sé si por imposición o por propia voluntad, pero se hacían cosas. En
Cáceres, fruto de esas repoblaciones fue el bosque de pinos que hoy existe en
el cerro de Cabezarrubia, que anteriormente era un calvero totalmente pelado y
lleno de alacranes. Aquellas siembras se hacían por una especie de aportaciones
muy curiosas, consistentes en que cada vecino tenía la obligación de ir a
plantar un determinado número de árboles, o pagar para que otro lo hiciera en
su lugar. Cierto que en muchos sitios no dieron el resultado apetecido, como
sucedió en el campo de “El Rodeo”,
que se plantó, de punta a cabo, de
arbolitos de pinos, que se comió el ganado nada más que se le dejó entrar, ya
que como era una finca de pastos particulares no podía prohibirse su
explotación tradicional. Pero otros sitios y lugares, como el cerro de
Cabezarrubia, tienen un pequeño bosque gracias a aquello.
Tomando pie de esos intentos, pienso yo que las muchas asociaciones de
ecologistas deberían hacer algo parecido y no centrar su acción sólo en la
protesta. No niego que en alguna ocasión haya hecho alguna cosa, pero más
simbólica que otra cosa. Resucitar la antigua “Fiesta del Árbol” (que, por cierto, nació en Cáceres) sería una
buena cosa pero no dejándola solamente en símbolo. Podría pedirse algún terreno
para ello y con maquinaria, como la que hoy tenemos, poco trabajo le costaba a
esos centenares de ecologistas pasarse un fin de semana plantando arbolitos
dirigidos por algún técnico en la materia, con lo que tendrían más fuerza moral
para protestar después contra los que los quitan.
Diario HOY, 6 de noviembre de 1986
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