Yo no sé si ustedes conocen
el llamado “baile de las sillas”, que también puede practicarse con sillones.
Cada uno que la tenga aporta su silla, o su sillón, para ponerlas juntas y
danzar a su alrededor durante algún tiempo, pero como suele darse el caso de
que es menor el número de silla que el de aspirantes a ellas, los jugadores
danzantes tienen que estar muy atentos para cuando cese la música y se de la
señal, sentarse rápidamente en una de las sillas arrebatándosela al de al lado,
del modo que sea, porque el que se quede sin silla tendrá que estar sin ella hasta
el próximo juego, que a lo mejor no se hace hasta casi cuatro años después.
A mí, sinceramente, eso es lo
que me parece la convocatoria de elecciones anticipadas que acaba de hacerse y
todo lo que hay alrededor de ello. Reconozco que, aunque se disimule, el
momento es doloroso para los que ostentan aún sillas, o sillones, y se han
hecho a la comodidad de los mismos. Es duro el que a uno le digan, tras de tres
años de poltrona: “oye, que te levantes que las tenemos que volver a poner en juego
y no sabemos si te elegiremos entre los “jugadores-danzantes” en esta ocasión”.
Oiga, es hasta duro el que, aún eligiéndote tu partido para que seas uno de
ellos (de los que bailen alrededor, esperando la oportunidad), tengas la duda
de si te podrás hacer de una de las sillas; sobre todo habiendo probado lo
cómodo que se estaba en ellas y habiéndose creído uno que eso iba a ser eterno.
Muchos amigos míos, políticos de esos que se inventaron los contratos de
trabajo por dos o tres meses, y aun por un año, van a probar, ahora que se les
acaba el contrato del sillón, lo que es la incertidumbre de que a uno se le
renueve el contrato, porque la democracia tiene estas quiebras que suceden
cuando uno está tan encariñado con la buena vida que proporciona un sillón, y a
lo peor se le vuela como si hubiera sido un dulce sueño.
Diario
HOY, 27 de abril de 1986
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