sábado, 27 de enero de 2018

Meditación tras la fiesta


Bien está que a las cosas se les quite importancia cuando el dársela pueda acarrear peores consecuencias, pero hay que explicarlas ampliamente, una vez que ese peligro ha sido conjurado. Decimos esto porque al incendio forestal de Guadalupe —al que se les restó importancia cuando se producía, por evitar una “estampida” de gente— debe dársele ahora toda la dimensión y la explicación necesaria si, como se ha dicho, ha sido provocado y se ha apresado a los insensatos que lo encendieron. Las cosas no se evitan restándoles importancia, sino dándole la que justamente tienen.
En una concentración de 60.000 personas (como se ha dicho) o algunas menos que pudiera haber, las consecuencias de un incendio en un sitio donde son escasos los lugares para evacuarlas rápidamente ha podido acarrear una desgracia a toda Extremadura. Si en aquellos momentos hubiera cundido el pánico no hubiera hecho falta fuego alguno para que allí hubieran podido morir, pisoteadas o atropelladas, un montón de personas. Esto no lo podemos negar, ni disimular, por quitar importancia a esa verdadera acción terrorista que supone el encender un monte donde hay miles de personas en su alrededor.
No sé quiénes son los pirómanos, pero creo que se merecen un castigo ejemplar si no queremos que todo esto siga a peor y la próxima vez, los pirómanos, lleguen a atreverse a incendiar la propia barba de Juan Carlos Rodríguez Ibarra, nuestro presidente. Las cosas hay que tomarlas en serio, cuando el asunto requiere seriedad, y no andar restando importancia a lo que realmente la tienen.
De todos modos habría que meditar seriamente si el concentrar tanta gente en un sitio “cerrado” por monte y arboleda y con pocos lugares de evacuación no tiene más peligros potenciales de los que nos podemos imaginar.
Diario HOY, 13 de septiembre de 1986

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