Ayer, un niño se quedó encerrado en un ascensor del edificio “Alaska” y hubo que recurrir a la Policía
Municipal y a los Bomberos, aparte del propio portero del inmueble, para poder
poner a salvo al pequeño. No sabemos si éste será el caso de otros muchos
accidentes, afortunadamente sin consecuencias graves, ocurridos con otros
muchos pequeños que por subir solos en los ascensores acaban atrapados en los
mismos, pero merece la pena hablar de ello.
En todos los ascensores suele haber algún cartel que prohíbe a los
pequeños utilizarlos, cuando no van acompañados de una persona mayor y de más
responsabilidad y muchos son los portero que recuerdan una y otra vez la norma,
algunos —muy pocos— suben a los niños, y otros simplemente les riñen, no
dejándoles subir solos. Esta norma, que puede parecer tonta, evita accidentes
como el de ayer, o peores. Pero muchos padres —sobre todo madres— no pasan por
ella y suelen achacar al portero el que “discrimina”
a sus hijos cuando les prohíbe subir solos. Hemos sido testigos (y esto no
tiene que ver con el caso de ayer) de una madre enfrentada al portero, que
trataba de prohibir a su hijo el que subiera solo en el ascensor, decirle poco
más o menos; “Usted es un simple portero
y mi niño es hijo de unos propietarios de este inmueble, que le pagan su
sueldo.” Del mismo modo, hay madres que riñen con el portero porque no
dejan jugar a sus retoños en la entrada del inmueble común, porque el recibidor
del edificio no se ha hecho para que jueguen los niños, que deben tener otros
espacios, ni los porteros se han hecho para aguantar a los niños de los demás,
sino para poner orden en la casa y cumplir un cometido profesional que tiene
unos deberes y obligaciones.
En fin, que a los que habría que darles algunas clases de cómo
utilizar determinados servicios de un inmueble común y de convivencia, es a muchos
padres.
Diario HOY, 27 de agosto de 1986
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