Hace ya muchísimos años vivió en Cáceres un gitano llamado “El Alfiler”, cuyos descendientes viven
aún aquí, y fue un gitano bueno y equilibrado al que apreciaban todos los cacereños,
pero que quiso romper los moldes racistas o tradicionales de su raza.
“El Alfiler” logró un solar
en la trocha de la montaña y comenzó él mismo a hacerse una casita, trabajando
duro como albañil y transportando los materiales que conseguía con un par de
burritos, Él era tratante de ganado, cargo admitido por el sanedrín de los
gitanos, pero a la par quiso autoconstruirse una casa y se convirtió en albañil
autónomo con gran disgusto de los de su
raza, que le repudiaron y aún llegaron a atentar contra él descerrajándole un
tiro con un pistolón que, afortunadamente, no le hizo daño. Ellos decían que,
por tradición, “a un gitano le está prohibido
trabajar y que era un desprestigio para todos los calés el que “El Alfiler” se
hubiera puesto a ello porque, como era un gitano importante, daba mal ejemplo a
todos los gitanos”.
Como puede verse, los gitanos tienen sus estrictas leyes tradicionales
que han de respetar y llegan a jugarse la vida si no lo hacen. Ellos admiten
las leyes payas, mientras no vayan en contra de las suyas, pero nuestras leyes
no les obligan en nada, por lo que las razones de su no integración en la
sociedad radican en su propio racismo, no en el nuestro.
Nosotros podemos llegar a ver al gitano como uno de nosotros, pero el
gitano nos verá siempre como payos que tratamos de imponerles unas leyes no
deseables para los gitanos. Son ellos los racistas y los que no desean integrarse
en nuestra sociedad ni en ninguna otra, y por mucho que diga Ramírez Heredia o
algún otro gitano—descafeinado, ese racismo es el que les ha ayudado a pervivir
durante siglos y no van a dejarlo ahora.
Diario HOY, 17 de agosto de 1986
Cuánta razón...
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