Uno tiene que quitarse el sombrero ante las habilidades de los demás,
aunque sean ladrones. Lo que uno no entiende es la “chapuza” en cualquier profesión y ahora parece que es la “chapuza”
lo que se usa en todas o casi todas. Nadie se preocupa por el trabajo bien
hecho, que requiere unas dotes de habilidad y psicología. Ahora hay mucho
chapucero del robo, y hablo de Cáceres que se está convirtiendo en un paraíso
de los maleantes, pero por regla general de los “chapuceros” esos que roban un bolso y salen corriendo, o que a lo que
más llegan es a dar el “tirón” desde
una moto, para correr mejor; de esos otros, cuya única habilidad es romper un
escaparate de un ladrillazo, tomar las cuatro cosas que allí hay y salir
corriendo, chapuceros y “chorizos”
consumados que no aportan cerebro ni arte a su profesión, sino sólo brutalidad
y piernas para correr. No encomiamos el robo, pero puestos a hacerlo, admiramos
más al carterista fino que roba la cartera sin hacer año alguno al “cliente”, y
aun sin que éste lo note, que al navajero intimidador que por pura fuerza de
navaja (o pistola) arrebata lo que no es suyo, sin esa “firma artística” del otro.
Viene esto a cuento, porque estos días ha operado en Cáceres una habilísima
banda, utilizando el clásico y manido timo de “la estampita”. Uno no se explica cómo con un timo que todos
conocen, todavía se pueda engañar a la gente, y no tiene más remedio que
quitarse el sombrero ante las dotes psicológicas que estos timadores que,
sabiendo tocar los resortes de la avaricia ajena han logrado engañar a dos
mujeres una en cada ocasión, hipnotizándolas hasta el punto de hacerlas ir a
sacar dinero de sus cartillas bancarias y darles sus joyas a cambio de lo que
ellas creían una fortuna y luego eran recortes de periódico. Yo no sé en estos
casos quién tiene más delito, si el timado o el timador que sólo ha sabido
explotar, con habilidad, la ambición ajena.
Diario HOY, 31 de octubre de 1986
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