Yo no sé si conocen ustedes el viejo chiste que cuenta que, visitando
una persona un manicomio, el director del mismo le explicaba las manías de cada
interno y, enseñándole un cajón con paja que había en un rincón, le decía “Este es el lugar de un pobrecito que se cree
una gallina que está a punto de poner un huevo y se pasa el día cacareando”.
“¿Y cómo no le quitan ustedes el cajón?”,
preguntó el visitante, a lo que el director del centro respondió; “¿Y si pone el huevo?”.
Pues bien, a mí me parece que razones de este tipo son las que juegan
en las elecciones, o en los resultados imprevistos de las mismas. Digo esto
porque para mí, la meditación más sabrosa es la que se hace a la vista de los
resultados de las elecciones y no antes y a veces, a mucha parte del programa
salido de nuestro presidente del Gobierno, me decía lo mismo que el director
del manicomio: “¿Y si lo reduce?; con lo que queda demostrado que los españoles
tenemos mucho de ingenuos, o estamos poco acostumbrados a saber que las promesas
electorales no comprometen a nada, o nos falta mucho rodaje en todo esto de la
democracia. Porque para hablar claro, las promesas hay que tomarlas de quien
vienen y del momento en que se hacen. Por ejemplo, si Felipe González promete
la creación de 800.000 puestos de trabajo (cosa que prudentemente no ha
repetido en esta ocasión y así y todo ha sacado 8 millones de votos) la cosa es
para ponerla en duda, por las circunstancias anteriores, pero si la prometiera
Ruiz Mateos, aún siendo un perseguido, la cosa sí tendría más visos de
realidad. Pues bien, a mi juicio, a esas distinciones no hemos llegado aún los
españoles.
Diario HOY, 24 de junio de 1986
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