Sin duda la curiosidad de los cacereños está centrad en la estatua
ecuestre de Hernán Cortés, que acaba de ponerse en la plaza del Alférez Provisional,
de la que ya contábamos algunas de las vicisitudes en nuestro periódico
anterior. Esta estatua entraña una serie de curiosidades, no sólo por ser la
obra póstuma de Enrique Pérez Comendador, fundida y realizada por su alumno
Eduardo Capa, sino algunas otras que nos fue narrando, mientras dirigía los
trabajos de su imposición en el pedestal, Fernando Capa, hijo de Eduardo y
también escultor. Mientras charlábamos con él, un curioso cacereño le preguntó
por las bridas del caballo. “Esta es una
genialidad del propio Pérez Comendador —nos dijo— ya que él pensaba que los conquistadores no necesitaban bridas para
dirigir sus caballos y el ponérselas quitaba fuerza al conjunto, razón por la
que los caballos de sus estatuas de conquistadores no llevan bridas. Es más,
agregó el escultor, quiso ensayar el que tampoco llevaran estribos pero en los
ensayos que hizo y que yo conocí, la cosa no salió bien, porque salían
demasiado parecidos a las estatuas clásicas ecuestres de personajes romanos,
que todos van sin estribos y por ello aceptó el ponerle estribos, pero no
bridas”.
Otra curiosidad que implantó también Enrique fue el que figuraran en
los bronces el nombre del escultor y el del fundidor, como se hacía en el Renacimiento.
Por ello, en ésta, figura en las cinchas del caballo, a un lado el nombre de
Comendador y la fecha y al otro el del fundador, Capa y la última fecha de
fundición.
Extrañará el que la estatua esté demasiado baja, pero también esto es
deseo de Comendador, porque pensaba que el ponerlas demasiado elevadas las
distanciaba del pueblo. “De un caballo
que se pone a gran altura —decía— el
espectador no ve más que la barriga”… y tenía razón.
Diario HOY, 29 de junio de 1986
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