Uno de los viajeros que pasa por Cáceres a principios de siglo
describe a nuestra ciudad monumental como la ciudad de los administradores,
puesto que en los palacios de Cáceres no vivían entonces ni los dueños ni los
descendientes de ellos, sino los administradores de estas grandes familias,
cuyos miembros hacía años habían emigrado a Madrid y sólo venían, de tarde en
tarde, a pasar alguna temporada. Había honrosas excepciones, como las hay
ahora, pero desde hace más de un siglo la mayoría de los palacios monumentales
cacereños están deshabitados, o habitados sólo en parte. No es momento de
buscar las causas de este abandono de las casas solariegas de estas grandes
familias, sino de reconocerlo simplemente. No obstante y reconociéndolo
simplemente, diremos que algunos de esos palacios cuenta con cien o
doscientas habitaciones, que no hay
forma de mantener hoy día limpias y atendidas por la escasez de la servidumbre
y porque los tiempos han variado, ni son casas confortables para habitarlas,
por lo que algunas familias residentes han preferido cambiarse a un piso con
más confort, vendiendo o abandonando la casa solariega.
Se da otro fenómeno más, cual es que, si a principios de siglo eran
los administradores los que los habitaban, ahora los administradores prefieren
vivir también en casas confortables y estos palacios, en su mayoría, están
deshabitados y deteriorándose. Aparte de ello no producen a sus dueños
rentabilidad alguna, sino gastos y grandes, razón por la que algunos de ellos
se han vendido más baratos que cualquier pequeño piso confortable. Pero hay
algo que obliga a sus propietarios y es el que no se vengan abajo a causa de
ruina y abandono, aunque sólo el mantenerlos debe costar una fortuna, aunque se
trate de “recorrer” solamente un enorme
tejado para quitar unas goteras. Lo que quiere decir que, tener y mantener uno
de estos palacios, debe costar un ojo de la cara. Por ello, nos parece oportuno
el que se busque alguna fórmula de mantenimiento por parte de entidades y que
ellas, de algún modo, ayuden a que la ciudad monumental no se convierta en
ruina.
Diario HOY, 6 de febrero de 1986
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