Ahora a principio de año es muy corriente eso de los vaticinios para
averiguar qué es lo que nos pasará en los futuros doce meses que se nos
avecinan. Es el tiempo de los pitonisos, los nigromantes, los averiguadores del
porvenir y otros futurólogos que más o menos hacen su agosto con la “buenaventura” general o particular a la
que tan dados eran los gitanos y gitanas desde hace siglos. Es el resto a fondo
de superstición que todos llevamos dentro y que estos habilidosos explotan dando
una de cal y otra de arena. Es este también el tiempo de las Cabañuelas que, para el que no lo sepa, diremos que dichas “cabañuelas”, aunque varíen de unos
puntos a otros, son en general cálculos que, observando las variaciones
atmosféricas en los doce (18 o 24) primeros días de enero (o de agosto) forma
el pueblo para pronosticar el tiempo que hará en cada uno de los meses del año
que ha entrado. Calculan otros 18 o 24 días y toman agosto para el año
venidero.
Aclararemos de pasada que esta es una práctica judía a la que los
hebreos llamaban “Fiesta de las
Cabañuelas” o de los Tabernáculos,
que se hacían en memoria de los años pasados en el desierto antes de llegar a
la tierra prometida.
Pero dejando todo esto aparte, lo cierto y verdad es que todos tenemos
gran interés por lo que nos deparará el futuro con esa entrada en la CEE de la
que los políticos nos vaticinaron sólo bienes y a nivel local, del entorno que
tenemos, nos damos cuenta que aunque Portugal y España somos más hermanos por
haber entrado en Europa de la mano, a los portugueses se les ha puesto más caro
venir a comprar a España, por lo de la “carta
verde” y posiblemente a nosotros el ir a comprar o a comer a Portugal. No
quiero hablar del IVA, porque es capítulo aparte, pero uno se consuela con ese
dicho de que los gitanos no quieren ver a sus hijos con buenos principios.
Esperemos a ver qué pasa más adelante.
Diario HOY, 8 de enero de 1986
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