Llegaron otras brisas que barrieron muchas cosas malas y algunas
buenas, o que al menos lo parecían. Nos referimos a las costumbres actuales de
la Navidad de no hace tanto, y ello provocado por la llegada de un “Nabidal” de un impenitente poeta como es
Fernando Bravo, y que sigue manteniendo la tradición de felicitar en Pascuas a
sus amistades y familiares con unos poemas propios que tienen la singularidad
de estar realizados en escritura fonética como la que propusiera en 1570
Gonzalo Correas, extremeño y catedrático en Salamanca. Fernando Bravo continúa
con sus felicitaciones y, a decir vedad, es hoy día de las pocas personas que
mantiene la tradición, lo que le agradecemos por lo que de original tiene
enviar algo creado por uno mismo. En la actualidad las felicitaciones, las
pocas que hay, se han hecho impersonales. La mayoría son impresas, compradas y
enviadas por una secretaria, sobre una lista de señas que se mecanografían y se
mandan por correo.
Como ven, es lo más contrario al espíritu de la Navidad que pueda
imaginarse. Este espíritu supone el acercarse al otro, y llevarle algo de afecto
que no sea solo un papel impreso que se envía impersonalmente y que ni lleva
nada nuevo, ni el otro hará más que tirarlo al cesto de los papeles.
Puede que para lo comercial no haya otro sistema, pero lo comercial es
lo menos afectuoso y navideño que pueda imaginarse. Hubo un tiempo en que era
imprescindible intercambiar tarjetas de felicitación con todo el mundo; gracias
a Dios ese tiempo ha pasado y estamos en el lado contrario del péndulo, en el
que no se envían a nadie o a casi nadie, pero de enviarlas, que lleve algo
personal, como esa de Fernando Bravo, unos versos propios, una firma autógrafa,
una frase amable y personal, afecto en general pero no una frase impresa y para
todos.
Diario HOY, 13 de diciembre de 1985
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