Yo no sé cómo diría esto que quiero decir, sin herir los sentimientos
caritativos de algunos cacereños que suelen ser de los que abusan los mendigos
organizados. En Cáceres, de poco tiempo a esta parte, estamos asistiendo a una
invasión de mendigos portugueses que tienen su clan y su método de explotación
de sus propios hijos con los que mueven a la caridad, teniéndolos horas y horas
en los brazos —posiblemente drogados, yo no lo sé, pero no es fácil que un
pequeño de la edad de éstos se esté totalmente quieto— y que tienen ya hasta
sitios precisos para desplegarse toda la familia y ocupar cada uno su lugar “de trabajo”, todos con sus carteles
similares —escritos en español, porque ellos hablan sólo portugués— que vienen
a decir las mismas cosas: “Soy padre de
tantos hijos, no tengo trabajo, etc.”
En tiempos tuvimos otra banda de mendigos organizados belgas, que
venían en dos furgonetas y que estuvieron algún tiempo entre nosotros porque
ésta debe ser una buena plaza para la mendicidad, aún a pesar de que en tiempos
antiguos había un cartel a las entradas de Cáceres que decía: “Cáceres, capital de provincial, prohibida la
blasfemia y la mendicidad”. Esto se ha olvidado ahora y no sólo blasfemamos
y mendigamos los de casa, sino que tenemos hasta mendigos de importación. Lo de
los belgas se solucionó, pero lo de los
portugueses parece ser que no lleva camino de ello y hasta el clan ha invadido
algún piso cerrado, con idea de quedarse entre nosotros. Yo no sé qué leyes
rigen ahora estas cosas, pero las autoridades sí deben saberlas, porque pienso
yo que si no se permite la mendicidad de los de casa, mucho menos debe
permitirse la de los extranjeros, que es de suponer han entrado con unos
permisos y unas normas que alguien debe revisar y ver si están en regla, porque
para ejercer de mendigos ya tenemos bastantes dentro.
Diario HOY, 17 de noviembre de 1985
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