En esta cuestión del referéndum de la OTAN, y a niveles locales
(posiblemente también a niveles nacionales), se está tergiversando todo. Es
enternecedor ver que los que se pasaron años y años abogando por el “no”, se esfuercen en pedir ahora el “sí”; los que se esforzaron siempre por
el “sí”, aboguen ahora por la abstención
y se entretenga al pueblo más joven con bailes y cuchipandas, para pedirles el
voto negativo o positivo, que esto importa menos que el conocer y pulsar los
mecanismos para manejar las masas más jóvenes y, posiblemente, más inmaduras,
dicho sea con perdón de los más jóvenes, que no les gusta que se los llama así,
aunque lo sean, pero la madurez es cosa de años y yo les deseo a todos que los
vivan.
Con todo lo dicho, no es esa la cuestión más llamativa en Cáceres,
donde existe una ciudad monumental que, en anteriores campañas electorales, por
ser ella nuestro museo para el turismo que nos visita, todos o casi todos los
grupos han respetado llegando al acuerdo de no ensuciar los monumentos y calles
que la forman con carteles y pintadas. Es más, para que respetaran las fachadas
del resto de la ciudad, que nos cuesta un montón de dinero a todos los vecinos
el que se limpien, el Ayuntamiento puso unos paneles para la propaganda del
referéndum y, curiosamente, los grupos que se confiesan más pacifistas, los que
abogan por una convivencia más democrática (que es respetar a los otros y que
nos respeten), los que se llaman “verdes,
pacíficos y no contaminantes”, con sus “platajuntas”
tan “pías” aparentemente, son los que
menos respetan la propaganda de los demás, las fachadas de la ciudad
monumental, o no monumental, y predicando la ecología y no contaminación, los
que más contaminan con sus carteles y sus pintadas, sin darse cuenta que, si
ellos son los primeros en no cumplir lo que predican, poco pueden engañar al
que tenga dos dedos de frente.
Diario HOY, 9 de marzo de 1986
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