El tema de conversación ayer en Cáceres, como creo habrá sido en otros
sitios, podría cifrarse en esta exclamación: “¡Uf, menos mal que pasó esto!” Claro está que la gente se refería,
con estas u otras palabras, al referéndum, del que lo curioso era que lo que
menos importaba a todos era el resultado en más o menos y los tantos por ciento,
sino el que se había ganado “por los
pelos”, nos habíamos quedado como estábamos, como en el chiste del inválido
del carrito que fue a Fátima, y el mundo y la vida seguían con un poco más de
tranquilidad y con menos zozobra de la vida días atrás cuando unos y otros,
pidiendo votos en uno u otro sentido, o abstenciones, sólo nos prometían males
de todo tipo, de hacer lo contrario de lo que ellos decían.
Dicen que todos los políticos están contentos con los resultados
salidos de las urnas, pero la verdad es que quien más contento se ha quedado ha
sido el pueblo, pero no por los resultados (de los que dice eso de: “para ese viaje no se necesitaban alforjas”)
sino por la tranquilidad de que todo ha pasado sin malos modos y dentro de unos
cauces de orden y sensatez que ha sido el pueblo el que se ha encargado de
mantener con una madurez tal, que bien podrían tomar ejemplo nuestros políticos
de ella. Suena a tópico, pero viene a cuento decir aquello que tantas veces se
ha dicho: “Dios, que gran vasallo si
hubiera buen señor.” No quiero decir con ello que tengamos unos políticos
que no nos merecemos, porque cuando Dios y las urnas nos los dan, será o porque
no hay otros mejores o porque nos los envían como penitencia para hacernos
purgar nuestros pecados. Estos día pasados me recordaban aquellas antiguas y
exageradas misiones con altavoces gritando: “Arrepentíos… y votad lo que yo os diga en el referéndum” aunque
esto último lo agrego yo exagerando un poco, pero en fin: “¡Uf, menos mal que ya pasó todo!...”
Diario HOY, 14 de marzo de 1986
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