Yo no sé cómo a todos los partidos y asociaciones ecologistas,
incluida la entrañable ADENEX, les ha pasado desapercibida una tremenda
contaminación que tenemos a todos los niveles, no solo en nuestro mundo
español, sino en nuestro entorno: la contaminación del ruido.
Cierto que nos hemos ocupado en esta sección más de una vez de ello,
pero no está de más que volvamos a la carga porque parece que de esta
contaminación no se ocupa nadie siendo una de las que más daño directo viene
haciendo a nuestro alrededor y en nuestro mundo diario.
Todos los viernes recorren las calles de Cáceres coches con altavoces
a todo volumen, invitando a los jóvenes a acudir a tal o cual “movida” que organizan en alguna
discoteca los estudiantes de tal o cual facultad o escuela universitaria, para
recaudar fondos: enróllate, tío —dirán más o menos— que sólo son cien pelas la
entrada. Pero estas y otras atrocidades más gordas las dirán a voz en grito y
de forma que, no ya los oídos delicados, sino los normales se resistan a escucharlas.
Sólo hubo en Cáceres un alcalde que se ocupó de que los altavoces
callejeros y los de la feria estuvieran a un nivel civilizado, que fue Díaz de
Bustamante, y un concejal que tuvo el proyecto —aunque no lo realizara— de
utilizar un sonómetro para aminorarlo, que fue Machuca. A los demás les ha
tenido y les tiene sin cuidado esta tremenda contaminación que estamos
sufriendo, esta agresión que supone el exceso de ruidos. Porque no se trata
sólo de los ruidos callejeros como los altavoces señalados o las motos sin
escape, sino de los establecimientos públicos donde la música la televisión,
los clientes que hablan a voz en grito, las máquinas tragaperras, que lanzan de
vez en cuando su melopea, todo forma un pandemonio, una verdadera contaminación
de la que nadie se ocupa.
Diario HOY, 24 de noviembre de 1985
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