La proliferación de automóviles ha roto con la personalidad que los
antiguos “autos” solían tener en
nuestra ciudad. No digo yo que sea malo el que ahora cada cual tenga un
automóvil, sino que los automóviles de ahora, quizás por eso de ser en serie,
no tienen esa garra personal que tuvieron los vehículos de mi infancia que
prácticamente tenían nombre y apellido y los conocía todo el mudo.
Entre todos éstos fue famoso el llamado “La Carraca” de Chapín, de cuyo nombre pueden deducirse sus
características; el “taxi” de Antero,
al que el mismo propietario le llamaba “La
Burra”, ya que él, que fue uno de los primeros taxistas cacereños, se presentaba
como “El chico de la burra”,
refiriéndose, claro es, a su vehículo; entre los de servicio público, los
primeros que hicieron el servicio a la estación fueron “los coches de Juan Francisco”, que recibían este nombre de su
propietario Juan Francisco Muñoz; había algunos coches particulares que también
tenían su nombre y conocía todo el mundo. Entre los cazadores era famoso el “Don Rodrigo” del doctor Salinas que era
un “Ford” modelo T, al que sólo le
faltaba subirse a las encinas, ya que su propietario, médico y empedernido
cazador, le subía los sitios más inaccesibles y fuera de todo camino. En esta
lista de antiguos vehículos, no podemos olvidar a la “Genoveva”, una camioneta carrozada para viajeros que hacía el
servicio entre las minas de Aldea Moret y Cáceres, principalmente para los
empleados de la Unión Española de Explosivos, a los que dejaba o recogía cuando
venían a algún negocio.
Famosísimo, hasta hace relativamente pocos años, fue el “Amílcar” del
relojero Daniel Santaolaria, que lo utilizaba para recorrer con él la provincia
y atender a las reparaciones de los relojes de torre cuyo contrato llevaba. Lo
más curioso de este coche es que, aún muy posteriormente y casi ya en nuestros
días, se le solía ver por Cáceres como escapado de una revista ilustrada de
principios de siglo, puesto que don Daniel, su propietario, era un hombre
meticuloso que “se vestía” para
conducirle con casco de cuero o gorra, bufanda y cuanto era preceptivo en los
primeros tiempos del automóvil.
Valga ese recuerdo para la pequeña historia local en la que, hasta los
coches han perdido ya su personalidad.
Diario HOY, 5 de mayo de 1983
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