Hay recuerdos de la infancia que no se borran, por muy niño que uno
fuera al recibirlos. Recuerdo que al advenimiento de la II República se montó
un amplio dispositivo propagandístico en descrédito de la recién derrocada
Monarquía. No me voy a parar a analizar motivaciones que ya ha estudiado la
Historia, sino a expresar mi experiencia personal infantil, decantada por los
conocimientos que después, como hombre que madura, he ido teniendo.
Me extraña a mi que, en el montaje de aquel dispositivo
propagandístico de descrédito, no se escatimó el empleo de lo que, para aquel
entonces, eran medios modernísimos. Todos los gramófonos de todos los sitios
públicos, insistentemente, daban el disco con la narración del fusilamiento de
Galán y García Hernández, con todo lujo de detalles y hasta con las descargas
del pelotón.
Lo ponían en bares, en los programas de las escasas radios que ya
comenzaban a haber, lo difundían los altavoces de las casetas de feria. Yo creo
que hasta lo regalaban dese esferas oficiales para que fuera conocido.
Otra cosa que recuerdo eran unas postales, que creo daba la casa
Bayer, con pinturas fosforescentes (por regla general con las figuras de un
belén) que tras exponerlas un rato a la luz, al verlas después en lugar más
oscuro, resplandecían. Había también otras parecidas pero con perfiles en
blanco y negro fuerte que, tras mirarlas un rato fijamente, se grababan en la
retina hasta el punto de mirar al cielo y verlas allí o a cualquier sitio que
se mirara. Pues bien, tras el advenimiento de la República, se repartieron a
los niños grandes cantidades de estas postales, pero con la figura de Pablo
Iglesias o algunos otros líderes principalmente socialistas, ya que el socialismo
fue nervio y sustancia de la República.
Otras cosas absurdas e insólitas recuerdo de mi infancia, aunque
comiencen ahora a parecerme menos insólitas. En la pared del convento de Santa
Clara y muy cerca del tejado, hay grabado quizás con un clavo una pequeña
silueta de una cruz sobre escaleras. No tendrá más de 20 centímetros de alto el
dibujo y hay que tener muy buena vista para identificarlo desde la calle, pero
se daba el caso de que esa calle era paso obligado para ir a la “Casa del Pueblo”, y no sé por qué razón
a los que frecuentaban ese centro socialista de aquel entonces les dio por
decir que aquello era una provocación, formándose hasta corrillos de estas
gentes delante del convento pidiendo que la cruz se quitara, con el lógico
susto desde las monjas de clausura que veían estos corrillos, en ocasión con
actitud amenazante. Confieso que nunca llegué a entenderlo, pero la cosa
sucedió tal la cuento.
Ahora, no sé por qué, todo el insistente y reiterado recuerdo que la
izquierda tiene sobre el 23-F, el manejo de la propaganda, también reiterante
en su favor —de forma hábil, hay que reconocerlo—, las mezclas de un pseudo
intelectualismo cultural con sus doctrinas y consignas, el ir consiguiendo
objetivos de un antiguo programa, superado por otras ideas, pero no por ellos:
el aborto, las nacionalizaciones encubiertas llegadas y por llegar, me traen a
las mientes un paralelismo con aquellos tiempos que, al fin y al cabo, son una
vuelta atrás o una revancha aplazada.
Diario HOY, 3 de marzo de 1983
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