miércoles, 27 de septiembre de 2017

Don Boni

Yo me enteré el lunes de la muerta de “don Boni” y no pude estar presente en su entierro, para ofrecerle una última oración de despedida, aunque bien sabe Dios que he sentido su muerte.
Me estoy refiriendo a don Bonifacio Ávila Cruz, maestro jubilado, cuya muerte estoy seguro, hemos sentido muchos cacereños. No querría ser esto una necrológica, sino una recordación a ese “don Boni” que conocimos y tratamos muchos, en cierto modo como hombre público, y como una verdadera institución en Cáceres donde, durante muchos años, era imprescindible en cualquier lugar donde jugaran el ingenio y la agudeza que él sabía derrochar a raudales. Conozco menos su vida profesional de maestro, que su vida pública como diputado provincial que fue, hombre de negocios y sal, sustancia y ajo, de muchos actos públicos en los q que intervenía “de por libre”, poniendo la nota de ingenio  humor de hombre desenfadado. Creo que su vida profesional, en la educación de muchas generaciones, ha debido ser profunda, como corresponde a un hombre de su carácter, pero mis vivencias y convivencias con él se refieren más a esa etapa de su vida en la que fue diputado provincial. Muchas sesiones de la Diputación de aquel entonces, por no decir todas, fui yo uno de los informadores de turno, y he de decir que cuando más encendidos estaban los ánimos, en la discusión de asuntos más o menos trascendentes, él solía poner esa nota de ingenio y humor que “quitaba hierro” a lo tratado y aflojaba los ánimos encontrados de otros compañeros diputados que tras lo dicho por él, solían centrarse en lo que importaba, allanando las diferencias personales. como hombre de empresa mantuvo sociedad en la fundación de una librería cacereña de gran prestigio, que aún existe hoy día y a la que, al menos en los inicios, él supo darle un tono especial de servicio a todos.
Pero en lo que fue un verdadero adalid fue en sus discursos en los actos y homenajes oficiales que en aquel entonces solían ser plomizos, con discursos de circunstancias en los que solía darse coba al homenajeado sin más ni más por ser la autoridad de turno o por otras circunstancias, y en las que el propio “preboste” de turno solía enrollarse —como ahora se dice— perdiéndose en la hojarasca de lo hueco. “Don Boni” solía tomar entonces la palabra y con el gracejo que le caracterizaba, decía verdades como puños —de las que entonces no solían oírse— pero matizadas con tal humor, gracejo e ingenio que sin ofender a nadie solían poner la verdad sobre el tapete, bien en la crítica de la gestión del personaje o en la descripción de su personalidad. Llegó en esto su popularidad a tanto, que era imprescindible su palabra en esos actos y obligada su intervención.
Podríamos referir muchas anécdotas suyas en este sentido, pero no es éste el caso, sino más bien el dolor de su marcha porque no es habitual encontrar hombres que, como él, saben decir la verdad sin ofender y hacer la vida más agradable a los que tuvimos la dicha de tratarlo.
Diario HOY, 3 de mayo de 1983

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