Yo me enteré el lunes de la muerta de “don Boni” y no pude estar presente en su entierro, para ofrecerle
una última oración de despedida, aunque bien sabe Dios que he sentido su
muerte.
Me estoy refiriendo a don Bonifacio Ávila Cruz, maestro jubilado, cuya
muerte estoy seguro, hemos sentido muchos cacereños. No querría ser esto una
necrológica, sino una recordación a ese “don
Boni” que conocimos y tratamos muchos, en cierto modo como hombre público,
y como una verdadera institución en Cáceres donde, durante muchos años, era
imprescindible en cualquier lugar donde jugaran el ingenio y la agudeza que él
sabía derrochar a raudales. Conozco menos su vida profesional de maestro, que
su vida pública como diputado provincial que fue, hombre de negocios y sal,
sustancia y ajo, de muchos actos públicos en los q que intervenía “de por libre”, poniendo la nota de
ingenio humor de hombre desenfadado.
Creo que su vida profesional, en la educación de muchas generaciones, ha debido
ser profunda, como corresponde a un hombre de su carácter, pero mis vivencias y
convivencias con él se refieren más a esa etapa de su vida en la que fue
diputado provincial. Muchas sesiones de la Diputación de aquel entonces, por no
decir todas, fui yo uno de los informadores de turno, y he de decir que cuando
más encendidos estaban los ánimos, en la discusión de asuntos más o menos
trascendentes, él solía poner esa nota de ingenio y humor que “quitaba hierro” a lo tratado y aflojaba
los ánimos encontrados de otros compañeros diputados que tras lo dicho por él,
solían centrarse en lo que importaba, allanando las diferencias personales.
como hombre de empresa mantuvo sociedad en la fundación de una librería
cacereña de gran prestigio, que aún existe hoy día y a la que, al menos en los
inicios, él supo darle un tono especial de servicio a todos.
Pero en lo que fue un verdadero adalid fue en sus discursos en los
actos y homenajes oficiales que en aquel entonces solían ser plomizos, con
discursos de circunstancias en los que solía darse coba al homenajeado sin más
ni más por ser la autoridad de turno o por otras circunstancias, y en las que el
propio “preboste” de turno solía enrollarse —como ahora se dice— perdiéndose en
la hojarasca de lo hueco. “Don Boni”
solía tomar entonces la palabra y con el gracejo que le caracterizaba, decía
verdades como puños —de las que entonces no solían oírse— pero matizadas con
tal humor, gracejo e ingenio que sin ofender a nadie solían poner la verdad
sobre el tapete, bien en la crítica de la gestión del personaje o en la descripción
de su personalidad. Llegó en esto su popularidad a tanto, que era
imprescindible su palabra en esos actos y obligada su intervención.
Podríamos referir muchas anécdotas suyas en este sentido, pero no es
éste el caso, sino más bien el dolor de su marcha porque no es habitual
encontrar hombres que, como él, saben decir la verdad sin ofender y hacer la
vida más agradable a los que tuvimos la dicha de tratarlo.
Diario HOY, 3 de mayo de 1983
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