Nuestros rateros actuales acusan una gran falta de imaginación. No son
del tipo ese descrito en las antiguas novelas que tenían que aprender su
oficio, que entrañaba mucho arte, desvalijando a alguna persona, pero sin que
ésta se diera cuenta de ello, y lo que es más importante, sin hacerle daño
alguno.
Aquéllos eran unos verdaderos “manitas”
que, aun sintiéndose uno robado, en el fondo de su alma tenía que reconocer: “¡qué artista más bueno en lo suyo!”.
Aun perseguidos por la justicia —que lógicamente tenía que defender a la
sociedad— esos “carteristas”, por
profesionales, eran hasta tratados con cierta deferencia por la propia Policía.
Los ladrones de ahora, los del tirón sobre todo, son unos chapuceros,
que avergonzarían a sus predecesores los “carteristas”.
Eso de dar el tirón de un bolso, a ser posible a una señora anciana, y salir
corriendo puede que sea lucrativo, pero es una cobardía ayuna en todo del arte
de la ratería tradicional.
Hay ahora también otras especies de bandas organizadas, que con la misma
falta de imaginación se plantean el realizar tobos en determinados sitios como
establecimientos, o iglesias, acusando la misma chapucería. Una de estas bandas
últimamente la tomó con las iglesias
comenzó a robar en ellas, no sólo los cepillos —que tradicionalmente han
sido siempre los más dañados— sino los instrumentos de megafonía como
amplificadores, micrófonos, altavoces. Es curioso saber que éstos, no sé si por
un nombre similar, efectuaron robos en las de Peraleda de San Román, Peraleda
de la Mata y Bohonal de Ibor. Por cierto, de esta banda diremos que la Guardia
Civil la ha puesto ya a buen recaudo, pero como vemos, lo único que les
interesa es hacer dinero fácil y les importa poco “la profesión” como tal profesión “artística” que era en lo antiguo.
“Esto es un pago que tenemos que
hacer al progreso”, nos decía un cacereño tradicional que ya peina canas,
que nos narró cómo cuando él era joven, en Cáceres, aunque los establecimientos
dejaran su mercancía en la calle, no había un solo robo —y de haberlo se sabía siempre que había sido un forastero—.
Recordaba cuando aquí existía un solo policía secreta, “Vicente el Policía” era su nombre, y aunque de “la secreta” lo conocía todo el mundo…
pero con él sólo sobraba para mantener el orden. En fin, como dice mi amigo,
cosas del progreso.
Diario HOY, 22 de febrero de 1983
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