Uno de los aspectos que ha suscitado la curiosa exposición de
fotografías “Cáceres del pasado”
entre los muchos visitantes cacereños que por ella pasan a a diario son las de
las atrocidades que se han hecho en Cáceres en el sentido urbanístico.
Da la casualidad que muchas de esas fotos recogen aspectos de cómo
estaban algunos rincones de nuestra ciudad y de cómo están ahora. En la mayoría
de los casos hemos ido a peor, en vez de mejorar.
Uno de los ejemplos que nos comentaba uno de los visitantes era la
desaparición del gracioso templete que había en la explanada ante el santuario
de la Patrona de Cáceres Nuestra Señora de la Montaña. Tenía su sabor y su
belleza, convirtiéndose ahora en un feo y encementado aparcamiento de
automóviles que, si es práctico, carece totalmente de gracia y estilo.
Donde quizás la evolución sea más llamativa es en las distintas
transformaciones que a lo largo del tiempo ha sufrido nuestra Plaza Mayor.
Muchos cacereños se asombraban de que en ella hubiera una “bandeja” en alto a la que había que acceder por escalinatas —al
modo de cómo está la del Paseo Alto— y aun dotada de un barandal de piedra con
rejería, que tenía una indudable gracia
Más tarde, poco antes de la guerra civil, se quitó la bandeja,
quedando a nivel de la propia plaza, empedrada con rocas blancas y oscuras,
como está ahora la de San Juan. Recuerdo que, siendo niño, íbamos a ver cómo se
trasplantaban las grandes palmeras que había delante del Hospital provincial.
Se llevaban con carretas de bueyes, lentamente hasta la Plaza Mayor La
operación duró muchos días, ya que se trasplantaron nueve grandes palmeras —que
por cierto arraigaron— y allí se mantuvieron hasta que Alfonso Díaz de Bustamante,
que dejó la plaza como está ahora, desolada y como un enorme aparcamiento de
coches sin la gracia que tenía anteriormente, ordenó arrancarlas, Por cierto
que la “operación” suscitó la indignación
del vecindario, que deseaba las palmeras continuaran en la plaza, pero
aprovechando la última visita de Franco a Cáceres, el entonces concejal de
Jardines, Luis María Gil y Gil, por aquello de que se vería mejor al Jefe del
Estado, o recibió la orden de arrancarlas o la dio él mismo —cosa que no he
logrado aclarar—. La plaza desde entonces se nos quedó como un verdadero
desierto y las palmeras, que se trasplantaron al Paseo Alto, murieron todas…
Datos estos para apuntar a la pequeña historia local.
Diario HOY, 4 de febrero de 1983
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