Todos conocen el caso de una humilde familia de la localidad cacereña
de Trevejo, cuyos hijos están condenados a muerte por una extraña enfermedad
cuyo origen cierto aún no se ha podido averiguar.
Ayer lo contábamos en nuestro periódico, por lo que nos había contado
la simpática y espabilada alcaldesa de Trevejo, Adoración González. En síntesis
diremos que ya han muerto dos de los nueve hijos del matrimonio y un tercero se
encuentra ingresado en una clínica de Madrid, atacado de los mismos extraños
síntomas de sus hermanos, sin que la ciencia, hasta ahora, sepa el origen de
esa rara enfermedad que acaba con ellos.
La familia es una familia totalmente humilde y la alcaldesa venía a
Cáceres, entre otras razones, a pedir ayuda para trasladar el cadáver de una de
las hijas muerta aquí, hasta Trevejo, donde recibirá cristiana sepultura.
Nuestros compañeros de “Radio-Cadena”
adalides en campañas de ayuda a los necesitados, se hicieron eco del caso y,
casi espontáneamente los cacereños también adalides en la ayuda al prójimo,
comenzaron a engrosar una lista de donativos encaminados a este fin que en
pocos momentos casi cubrió los gastos de ese traslado y posiblemente servirá
para ofrecer algún dinero a esta humilde y atribulada familia trevejana que
bien merecen en estos momentos el que todos les echemos una mano. En esto, como
en todo, ha habido casos que serían dignos de reseñarse porque, por otras
experiencias y aún por ésta, sabemos que los que mejor responden son
precisamente los que más necesitan de ayuda y no, por regla general, los que más
tienen. Pero dejemos eso aparte para centrarnos en un caso que puede ser
ejemplarcpara muchos.
Una chavalilla de unos once años, se presentó ella sola en la Radio,
para preguntar:
—¿Es aquí lo de la ayuda a la
niña muerta?
Nuestros compañeros de la radio le dijeron que sí y ella, un poco tímidamente
agregó:
—Es que vengo a entregar estas
treinta pesetas, que es lo único que tengo, porque es lo único que mis papás me
dan para los domingos.
En el Cielo, dos Ángeles de la Guarda se hicieron un guiño y esbozaron
una sonrisa.
Diario HOY, 29 de enero de 1983
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