Ahora que hace cien días gobierna el socialismo, alguno de los muchos
amigos con esta ideología que tengo, se suelen molestar por la crítica que se
hace a su flamante gobierno, estimando que ella es debida a que los que
critican son visceralmente opuestos a su idea y, lo hagan bien o lo hagan mal,
los seguirán criticando. Nada más lejos de la verdad, por lo menos en mi caso,
lo que pasa es que quien empuña el timón de la nave, aún respaldado por esos
diez millones de votos que tanto salen a relucir, tienen también que aguantar las
críticas a su gestión, o modo de marear siguiendo el símil marinero, porque
todas las funciones públicas son “juzgadas”
por los administrados y aún por los que los votaron y por los que no los
votaron. Esto sucedió con los gobiernos anteriores de cualquier color, lo hicieran
bien o lo hicieran mal, y cuando la gestión fue buena recibieron el aplauso de
todos, aunque no fueran de la parroquia, y cuando fue mala, por la misma
lógica, recibieron el silbido o la recriminación.
No cabe en esto lo del cantar salmantino de Simón, que cuando todo el
mundo lloraba emocionado por el sermón que “echaba”
el párroco, él seguía tan fresco, y cuando la tía Eustaquia le preguntó que por
qué no lloraba, contestó: “Yo no soy de
la parroquia y los que lloran lo son.”
Da la casualidad que cuando una fuerza política, la que sea, se
convierte en Gobierno de la nación, gobierna para todos, seamos o no seamos de la
parroquia, y todos, por esa misma libertad que nos da la Constitución, podemos
manifestar nuestro parecer sobre la gestión pública.
Podríamos decir, de otro modo, que tenemos un solo barco en el que
vamos embarcados todos los españoles, tanto socialistas como no socialistas,
que este barco se llama España y que a todos nos preocupa el que el barco pueda
zozobrar, porque todos, socialistas y no socialistas, no nos libraríamos del
naufragio; de ahí nuestra preocupación de que eso puede ocurrir, en una
navegación de este tipo existen los incondicionales, los que por disciplina de
partido tienen que decir que sí a todo, pero existen otros muchos pasajeros que
no están obligados a decir amén a todo, y entre ellos nos encontramos muchos otros
que deseamos que el que gobierna la nave lo haga bien, porque nos va la vida en
ello. Esto puede aclarar las dudas a muchos.
Diario HOY, 13 de marzo de 1983
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