viernes, 15 de septiembre de 2017

Las vicisitudes de la ermita del Vaquero


(Incluida en el libro “Ventanas a la Ciudad”)
Quizás por aquel refrán de que nadie es profeta en su tierra vamos a contar unos hechos ocurridos en el Cáceres del pasado, que, una vez más, así viene a atestiguarlo.
Aunque el vaquero cacereño que descubrió a la Virgen de Guadalupe, nuestra Patrona, allá por el año 1330, era cacereño y los propios reyes le cargaron de honores por ello, fue en su tierra natal donde menos caso se le hizo.
Gil Cordero vivía en una casita de la calle Caleros y a raíz de hacerse famoso, los propios reyes le concedieron el título de “Don” y el llamarse por tanto Don Gil Cordero de Santa María. Pero estos honores no tuvieron la misma repercusión entre sus paisanos.
Los cacereños de aquel entonces acordaron, como homenaje local, adquirir su casa y dedicarla a templo de la Virgen, recién descubierta, pero surgieron una serie de inconvenientes que retrasaron la obra, que logró hacerse a finales del siglo XVII convirtiéndola en lo que hoy conocemos como ermita del Vaquero.
De momento, el Ayuntamiento tomó el acuerdo de adquirir la casa para hacerla “Humilladero de oración”, pero en aquel entonces el propietario de la finca se negó a cederla.
Pasaron unos años y la tomó en arriendo una mujer de mala vida que la convirtió en mancebía, por lo que los vecinos de la calle lo denunciaron al corregidor y en sesión de 6 de febrero de 1612 se volvió a tomar el acuerdo de comprar la casa, lo que al fin se logró en la nada despreciable cantidad de 500 ducados.
Se intentó hacer la ermita, pero en 1628 no se había recaudado dinero suficiente para la obra aunque se había pedido en las iglesias y en los propios domicilios, de casa en casa. Entonces el Ayuntamiento, en 1646, acordó dedicar a la construcción de ella el producto del arriendo de sus montes, pero éstos no tuvieron arrendatario por dos años consecutivos. Cuando ya se desistía de la empresa, el cacereño Juan de Carvajal y Sande, que fue presidente del Consejo de Hacienda, la tomó sobre sí y costeó la ermita, el retablo y la talla de la actual imagen, que, al fin, pudo inaugurarse el 8 de septiembre de 1668. Como verán, el resto de nuestro pueblo hizo poco caso a Gil Cordero y a quienes acordaron levantar la ermita.
Diario HOY, 1 de febrero de 1983

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