(Incluida en el libro
“Ventanas a la Ciudad”)
Quizás por aquel refrán de que nadie es profeta en su tierra vamos a
contar unos hechos ocurridos en el Cáceres del pasado, que, una vez más, así
viene a atestiguarlo.
Aunque el vaquero cacereño que descubrió a la Virgen de Guadalupe,
nuestra Patrona, allá por el año 1330, era cacereño y los propios reyes le
cargaron de honores por ello, fue en su tierra natal donde menos caso se le
hizo.
Gil Cordero vivía en una casita de la calle Caleros y a raíz de
hacerse famoso, los propios reyes le concedieron el título de “Don” y el llamarse por tanto Don Gil
Cordero de Santa María. Pero estos honores no tuvieron la misma repercusión
entre sus paisanos.
Los cacereños de aquel entonces acordaron, como homenaje local,
adquirir su casa y dedicarla a templo de la Virgen, recién descubierta, pero
surgieron una serie de inconvenientes que retrasaron la obra, que logró hacerse
a finales del siglo XVII convirtiéndola en lo que hoy conocemos como ermita del
Vaquero.
De momento, el Ayuntamiento tomó el acuerdo de adquirir la casa para
hacerla “Humilladero de oración”,
pero en aquel entonces el propietario de la finca se negó a cederla.
Pasaron unos años y la tomó en arriendo una mujer de mala vida que la
convirtió en mancebía, por lo que los vecinos de la calle lo denunciaron al
corregidor y en sesión de 6 de febrero de 1612 se volvió a tomar el acuerdo de
comprar la casa, lo que al fin se logró en la nada despreciable cantidad de 500
ducados.
Se intentó hacer la ermita, pero en 1628 no se había recaudado dinero
suficiente para la obra aunque se había pedido en las iglesias y en los propios
domicilios, de casa en casa. Entonces el Ayuntamiento, en 1646, acordó dedicar
a la construcción de ella el producto del arriendo de sus montes, pero éstos no
tuvieron arrendatario por dos años consecutivos. Cuando ya se desistía de la
empresa, el cacereño Juan de Carvajal y Sande, que fue presidente del Consejo
de Hacienda, la tomó sobre sí y costeó la ermita, el retablo y la talla de la
actual imagen, que, al fin, pudo inaugurarse el 8 de septiembre de 1668. Como
verán, el resto de nuestro pueblo hizo poco caso a Gil Cordero y a quienes
acordaron levantar la ermita.
Diario HOY, 1 de febrero de 1983
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