Para el escritor que fue en su tiempo Tomás Martín Gil, del que no han
quedado más que una serie de artículos dispersos en publicaciones de su época y
sólo algunos recogidos en un delicioso librito, lo del “Antruejo”, que se celebraba en toda la Alta Extremadura, eran
prácticamente las fiestas de Carnaval, que de muy antiguo tenían aquí un
carácter propio.
Es curioso saber que, unido a esas fiestas y a las de Carnaval en
general había lo que se llamaban “cencerradas”,
que era el organizar el escándalo tocando grandes cencerros y armándole todo el
ruido que podían a las parejas que se atrevían a casarse en Carnaval. Pues
bien, aparte de lo que dice Tomás Martín Gil, puedo agregar que esas “cencerradas” estaban reguladas e el
Fuero de Cáceres, que recogía todas las costumbres y prácticas autorizadas al
vecindario y ésta era una de ellas, que podía darse a la viuda que volviera a
casarse, a las parejas que contraían nupcias en edad madura, a los matrimonios
con mucha diferencia de edad entre los contrayentes y en otras varias ocasiones
en que los “cencerrados” no tenían más
remedio que aguantarse con el escándalo público y el ruido, porque esa era la
ley que recogía el Fuero, y la autoridad no tenía más remedio que permitirlo,
procurando sólo que el asunto no llegara a mayores y no se pasara del ruido y
el “pitorreo” a los mamporros, aunque
consta que casi siempre esas prácticas acababan en agresiones en las que
necesariamente tenía que intervenir la autoridad.
Por extensión, las cencerradas se contemplaban también en los
carnavales de los pueblos de nuestro entorno, porque en definitiva era una
forma —aunque fuera bestia— de divertirse el pueblo y porque la educación
cívica del siglo trece, que es la fecha del Fuero de Cáceres, era totalmente
distinta de la actual.
Diario HOY, 11 de febrero de 1986
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