Yo no sé si ustedes se acuerdan de ese juego de la escoba. Se trata de
un juego-baile muy entretenido en el que se permite el cambio de parejas
mediante la entrega a cambio de una escoba que se pasa de unos a otros hasta
que, como las parejas están descabaladas el último se queda de “tonto”, solo con la escoba, sin tener a
quien entregársela. Hay otro juego, que también puede valernos, que es ese de
las sillas. Se pone una serie de sillas, pero siempre una silla menos del
número de comensales, que bailotean a su alrededor, y a una señal todos se
sientan, menos el que no logra silla que se queda de “tonto”, con el lógico pitorreo de los demás. No sé si estos y algún
otro juego más encajan mucho con lo que a mí me han explicado que es el IVA,
pero a mí se me antoja que son los ejemplos que mejor vienen al caso y, como
todos tratan de explicarse van a permitirme que exprese yo mi punto de vista.
Esto del Impuesto del Valor añadido es una especie de “falsa monea” que no pagan ni el
industrial ni el comerciante, sino que se la van pasando de unos a otros, como
en el ejemplo mío de la escoa, hasta que el último que es el consumidor, se
queda de “tonto” final y paga por
todos (el tanto por ciento que le han venido cargando las distintas manos)
quedándose por tanto con la escoba y posiblemente hasta con el escobillo,
porque dígame usted quién le garantiza al “tonto”
final —que somos usted y yo— que no se le ha “ido la mano” a alguno de los recaudadores intermediarios, aunque
sólo sea por curarse en salud, y no ha cargado el doble, amparándose en eso de
que nadie lo entiende. En fin, yo no las tengo todas conmigo, y lo mismo que
digo de la escoba o de la silla, puede imaginarse con un balón o con una patata
caliente que al que le va a quemar las manos es al último y, oiga esto no me
parece muy serio para un Mercado Común que se las da de tal, sobre todo porque
el poder adquisitivo de los españoles es mucho menor que el de otros
comunitarios; pero al final nos largarán la escoba.
Diario HOY, 3 de diciembre de 1985
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