(Incluida en el libro
“Ventanas a la Ciudad”)
Como esto de coleccionar sellos ya está a la orden del día y son
muchas las personas que se dedican a la filatelia, se ha puesto ahora de moda
otro coleccionismo, quizás por entrañar más novedad que el propio de los
sellos.
Entre estos raros coleccionismos figura el de un catalán que se dedica
a coleccionar cosas relacionadas con el agua, que posiblemente abarca desde los
grifos hasta los bonos que se utilizaron en tiempos para, a cambio de ellos,
obtener agua.
Precisamente esto último es lo que le ha hecho dirigirse al
Ayuntamiento de Cáceres, desde Igualada donde reside, solicitando información
sobre unos bonos o fichas metálicas que uno de nuestros ayuntamientos,
anteriores a la Guerra Civil, acuñó para el reparto de agua. Envía una especie
de fotocopia de uno que él posee y que por una de sus caras lleva el escudo de
Cáceres y el texto Ayuntamiento de Cáceres y por la otra Vale por un cántaro,
quince litros de agua.
Ello nos da pie para recordar algo que es un pequeño “entresijo” de la historia local, pero
que puede resultarles curioso a ustedes. El primer instrumento automático, de
uso público, que se instaló en Cáceres no fue, como podría pensarse el teléfono
público de ficha, sino las fuentes públicas que funcionaban precisamente con
esas fichas a las que hace referencia el señor de Igualada. Posiblemente sería
el año 35 ó 36 cuando nuestro Ayuntamiento decidió automatizar las fuentes
públicas y dotó varios puntos de ellas. Una se instaló en el “Potro de Santa Clara”, otra más en la
Plaza Mayor, en el hueco de las escalinatas que subían al Arco de la Estrella —que
hoy ha desaparecido— y otra más, que nosotros recordemos, en la plazuela de la
Audiencia, que es la última que, estropeada ya, ha permanecido allí hasta hace
poco.
Estas fuentes tenían un “monedero”
como el de los teléfonos actuales, con ranura por la que se entraba la ficha,
dando a cambio de ella —cuando funcionaba bien, que no era siempre— quince
litros de agua. El precio de estas fichas era muy barato, según nos dice
alguien que las conoció; costaban algo así como cinco céntimos las cinco, con
lo que el cántaro de quince litros salía a un céntimo, más o menos; otros
cacereños nos aseguran que el precio varió posteriormente.
Lo que sí decimos es que todo este automatismo duró poco tiempo,
quizás por los avatares de la guerra o porque el sistema no diera resultado,
pero más o menos esa es la historia de las fichas del agua.
Diario HOY, 22 de octubre de 1982
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