(Incluida en el libro
“Ventanas a la Ciudad”)
Dice mi buen amigo don Valeriano (Gutiérrez Macías, claro) que de
antiguo existió en Cáceres un sitio que se llamó popularmente “Paseo de los Aburridos”. Me decía que
este paseo comenzaba en las últimas casas que entonces había en Cáceres, por
donde hoy está el Banco Hispano y solía llegar siguiendo la carretera, hasta
las Minas de Aldea Moret.
Por él, según Valeriano, paseaban principalmente los profesores de nuestro
Instituto, entre los que él recuerda a don Casto Ibarlucea y otra serie de
profesores y maestros, a los que no sé por qué el pueblo, que inventó el nombre del paseo, tomaba por aburridos.
Tengo para mí, que por una trasposición de términos, el pueblo lo que quería
decir era “desocupados”, por aquello
de que paseaban a horas en las que los demás estaban trabajando, por ser su
jornada muy distinta, como también distinta era la de los magistrados y
sacerdotes, que al parecer frecuentaban también ese “Paseo de los Aburridos”.
Trasposiciones de nombres de este tipo ha habido muchas en Cáceres,
como es la de llamar “Palacio de las
Veletas” a lo que debió llamarse “Palacio
de los Pináculos”, ya que ese palacio no tuvo nunca veletas y sí pináculos
como remate de su tejado... Pero volvamos al paseo...
Yo no he llegado a conocer ese “Paseo
de los Aburridos”, pero si otras formas y modos de pasear en Cáceres de no
hace tanto tiempo. En cuanto a nombres, lo que hoy conocemos por Cruz de los
Caídos, se llamó en tiempos antiguos “El
Triángulo”, por una isleta central que tenía en esta forma. Posteriormente
se hizo sobre él una fuente monumental, rematada por un largo monolito y que,
por cierto, tenía unos caños sin agua, a la que la gente dio en llamar, “La Fuente del Lápiz”, perdiéndose estos
nombres al instalar allí la Cruz de los Caídos. Estos fueron los nombres que
tuvo lo que podríamos llamar el remate del paseo de Cánovas, que es el que más
hemos frecuentado los cacereños de mi generación.
Lo que sí algunos habrán olvidado es la forma de pasear por él, que
duró hasta que proliferaron los vehículos. Las gentes no paseaban por el propio
paseo, sino por el centro de la calzada que hoy es la Avenida de España, sin
entrar en el paseo ni en los acerados de uno y otro lado. Aquello se ponía a
rebosar desde las 7 a las 10 de la noche hasta el punto de tenerse que prohibir
el paso de vehículos y caer en la impopularidad los ayuntamientos que
intentaron que se utilizaran las aceras.
Sólo un grupo de la llamada entonces “gente bien” paseaba por la acera de las Hermanitas de los Pobres,
para no mezclarse con el pueblo, por lo que la gente dio en llamar a aquello: “Acera de los cursis”, y no estaba bien
visto pasarse de un paseo a otro. Esto pasaba hasta en alguna cafetería, como
“Avenida” que tenía dos barras: una para el pueblo y otra para “los cursis”, en las que se cobraba hasta
precio distinto, permaneciendo todos en el mismo salón, pero sin mezclarse...
Cosas, afortunadamente, superadas.
Diario HOY, 7 de enero de 1983
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