Total que ayer mismo, en el pleno de la Diputación, los diputados se
autosubieron el sueldo. Lo hicieron ellos porque, a ver quién lo iba a hacer
por ellos, y en realidad no se iba a hacer un referéndum para ver si se lo
suben o no, aunque hay muchos que piensan de este modo, porque esas subidas las
enjugamos, en impuestos, usted y yo y los que contribuimos, por lo que no estaría
demás el que, de algún modo, fuéramos consultados, aunque quizás el referéndum
fuera excesivo.
En todo esto suele haber mucha demagogia tanto por parte de los que
abogan por la subida, como de los que no la desean (o dicen no desearla).
Precisamente la oposición señaló el que no era oportuno en estas circunstancias
el subirlos —aunque yo creo que lo hacía con “la boca chica”— porque después, en las votaciones, sólo hubo un no
testimonial, quizás por aquello de que a nadie le amarga un dulce. Era, como
suele decirse, una “oposición testimonial”
que me imagino alguno haría cruzando los dedos para que no le hicieran caso en
sus argumentos.
Pero hubo argumentos. El principal de los que abogaban por la subida
era que, en una dedicación exclusiva en servicio a los demás, la pérdida de
tiempo y horas de trabajo ha de abonarse.
El argumento de los oponentes era que, en tiempos, cuando las
representaciones no se pagaban, había también representantes obreros, como eran
los del tercio sindical, que se sacrificaban por los demás sin cobrar un duro.
Los otros decían que así la política quedaba sólo para los ricos, etc., etc.,
en fin, lo que estamos tan acostumbrados a oír. Lo que yo digo es que para el
buen gestor no debe haber regateo en el pago; pero al mal gestor, de los que
hay en todas las corporaciones, debería ser a ellos a los que se obligara a pagar
para ostentar el cargo, que suele venirles grande.
Diario HOY, 3 de agosto de 1984
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