Cuando leía días atrás, en nuestro periódico, unas declaraciones de
nuestro alcalde, Juan Iglesias, sobre que si la oposición municipal seguía
rechazando las iniciativas del grupo socialista, él y su grupo podrían
abandonar el gobierno del ayuntamiento y pasar a la oposición, se me vino a las
mientes lo que popularmente dice el pueblo: “Este no es mi Juan, que me lo han “cambiao”.
Yo reconozco que debe doler el que a uno le rechacen las cosas y hasta
pienso que esto es una rabieta, dicha sin pensar, porque nuestro alcalde tiene
fama de hombre ponderado y demócrata, y la democracia es eso: no salirse
siempre con las suyas, sino escuchar las razones de los otros —tratar de
convencerlos— y caso de no lograrlo, aceptar lo que la mayoría decida pero sin
rabietas de ningún tipo. Precisamente la garantía que ofrece el sistema democrático
es esa, no permitir que los que gobiernan se salgan siempre con la suya, sino
lograr convencer con razonamientos a la oposición de que lo mejor para todos es
lo que ellos proponen, porque los que mandan también se equivocan. Es más, si
algún atractivo tiene la Corporación municipal, sobre otras (por ejemplo la
provincial) es que el grupo que gobierna no está en mayoría absoluta y tiene
siempre que contar con la oposición, o parte de ella, para imponer su criterio,
cosa que implica un mayor esfuerzo, pero es bueno para el pueblo.
No voy a entrar en los motivos de oposición que hubo en aquel pleno al
que se refería el alcalde, sino para decir que si, honradamente, la oposición creyó
que debía oponerse, estuvo en su derecho de hacerlo y ejerció por tanto los
poderes que le reconoce la ley y la Constitución. Así de claro y así de
sencillo, porque tampoco creo que la oposición municipal se opone por sistema a
los socialistas, sino que modera sus impulsos de decidir sin contar con ellos,
como suele suceder en otras corporaciones con mayoría aplastante socialista.
Diario HOY, 9 de noviembre de 1984
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