Cuando Juan Manuel Romo llegó a Cáceres, hace ya muchos años, una de
las primera obras que dirigió como ingeniero de Obras Públicas, fue la
pavimentación de la Avenida de España, de Cánovas, que se hizo a machamartillo,
como puede deducirse de su actual estado a pesar del paso del tiempo. En aquel
entonces, entre los obreros que efectuaron la obra, le enviaron unos obreros
vascos a los cuales se les había militarizado y condenado a estos trabajos, por
haber tomado parte de unas huelgas en su región, reclamando mejores salarios de
los que ya tenían. Entonces las huelgas
eran ilegales, ya que estábamos en pleno franquismo, y estos obreros trabajaban
con unos “monos” especiales y unas
insignias que señalaban su condición. La verdad es que trabajaron muy bien y
que el trato del propio ingeniero director de la obra les ganó, comportándose
aquí perfectamente, dando ejemplo de disciplina y dedicación a su trabajo y
siendo unos excelentes compañeros de los obreros cacereños que, codo a codo,
hicieron la obra con ellos.
En más de una ocasión conviví con estos trabajadores que me confesaron
que, aparte de lo justo o no de la decisión de militarizarlos y obligarlos a
estos trabajos, afirmaban habían recibido una lección que no olvidarían en la
vida.
La huelga montada por ellos era en petición de unos salarios que en
nuestra tierra se nos antojaban astronómicos, pero que ellos creían escasos —de
buena fe— hasta que conviviendo con nuestros
obreros que cobraban menos de la tercera
parte, sin protestar, se dieron cuenta de lo injusto de su petición, ya que
ellos tuvieron que vivir aquí con esos mismos salarios, Yo no sé, pero he
pensado que muchas cerrazones del pueblos vasco se deben al poco conocimiento
que tienen de lo que pasa en otras regiones españolas, ajenas a la suya.
Diario HOY, 10 de agosto de 1984
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