Hay que comenzar a desmitificar las cosas y a mi, y creo que a muchos
cacereños conmigo, me parece que esto de la CEE, o del Mercado Común, es más
una reunión de mercaderes en la que cada uno está a lo suyo —entiéndase que
digo mercaderes y no comerciantes— que un organismo serio para la defensa en
común de los intereses de Europa.
Es más, estoy por asegurar que, tras la noticia que leo de que “España está condenada a seguir esperando”,
porque Francia quiere defender sus frutas y verduras; Italia y Grecia piden
condiciones más favorables a su aceite de oliva y vino, y unos y otros se pasan
la pelota para que se nos den ventajas en los productos que no tienen, pero no
en los suyos, la sensación que me dan es que la tan cacareada CEE es más aún
mercado de verduleras en la que cada cual defiende sus puestos y los productos
que el puesto tiene, sin dejar instalar a España un puesto nuevo, por la
competencia que podría suponer para los suyos.
Esta desmitificación debería abarcar también a lo que se nos dijo hace
años —en vida de Franco— de que, nada más que tuviéramos democracia,
entraríamos de lleno en el Mercado Común, nos devolverían Gibraltar, etc., etc.
¿Eran éstas mentiras o ingenuidades de nuestros políticos de turno? Según vemos
los hombres de la calle, a la Comunidad del importa un pito el régimen que
tengamos, nada más que entremos como compradores y no como vendedores de la competencia.
Si nosotros desmontamos nuestras industrias y tragamos, bien; y si no, a seguir
esperando. Así de simple. Total que esto es como el cuento de Caperucita —y
conste que la idea no es mía— que España, con su cestita de frutas y verduras,
quiere ir a Bruselas a dárselas a su abuelita y el lobo, o los lobos no la
dejan.
¿Terminará el lobo engulléndose a Caperucita?
Diario HOY, 15 de noviembre de 1984
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