Hay personas curiosas, que se fijan en todo y personas despistadas que
cuando miran un canario, preguntan dónde esconde las otras dos patas, por creer
que tiene cuatro.
Llegué a conocer a un viejo coronel, del que apareció una vez una
fotografía en el periódico, que murió sin llegar a comprender porqué en la
fotografía había salido a la izquierda lo que estaba a su derecha y a su derecha
lo que estaba a su izquierda, porque el “cliché”,
transparente, por error, se había puesto al revés.
Quiere esto decir que no todas las personas son iguales por mucho que
nos empeñemos en ello y que cada cual lleva a los cargos el talante y el
carácter que Dios les ha dado y que difícilmente se modifica con el tiempo, por
eso se dan en la vida los caracteres optimistas y los pesimistas. Entre estos
últimos están los que se repiten continuamente: “Esto se hunde”, aunque el futuro esté clarísimo y sonriente; o los
que se están muriendo toda la vida (como si no nos estuviéramos muriendo todos
desde que nacemos) narrándote todas sus pachucheces y sus males como si se
gozaran en ello. En contraposición están los optimistas hasta el exceso, los
que todo lo ven de color de rosa, aunque el mundo —realmente— se esté hundiendo
en su alrededor y te repiten una y otra vez: “Aquí no pasa nada, hombre, es que la vida evoluciona”, lo que
quiere decir que los extremos, aun también en los caracteres, son malos y es
difícil encontrar el hombre equilibrado que esté justo entre esos dos extremos
y vea las cosas como realmente son en cada momento. Esto es extremadamente
peligroso en los cargos públicos donde debe exigirse un realismo de las cosas
por lo que es tan difícil dar con el hombre para ellos que, a mi parecer, era
los que buscaba Diógenes con la linterna.
Diario HOY, 12 de agosto de 1984
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