Cuando el diputado gitano Juan de Dios Ramírez Heredia habla tan
sensatamente de la integración de los gitanos en la sociedad y aun de cómo
nuestra sociedad discrimina a los gitanos, a uno se le encoge el corazón y
termina dándole la razón al diputado. Yo lo vi no hace mucho en televisión, y
como es un hombre de hablar tan convincente, estuve hasta por darle la razón en
muchas de las cosas que decía, pero desde luego no en todas. A mi me entran las
dudas de si no serán los gitanos los que no quieren integrarse y no que nuestra
sociedad los rechace. Lo que pasa es que nuestra sociedad —como cualquier otra—
tiene unas reglas de juego que hay que aceptar y que los gitanos —al menos en
buena parte— no las aceptan, y por tanto son ellos los que se marginan, sin que
los margine nadie.
Digo esto a raíz de la batalla campal que han librado a tiros dos
familias gitanas del bario cacereño de El Junquillo, en la que si,
afortunadamente, no ha habido heridos graves si ha habido la “vendetta” tradicional a la que las leyes
orales de los calés les obligan más que la ley común para todos. El mundo
gitano se ha regido siempre por esas leyes orales suyas, en las que priva el “ojo por ojo” de los delitos de sangre, y
esas leyes se dan de bofetadas con nuestros códigos que ellos aceptan sólo
cuando no se contraponen a sus “leyes”.
Yo podría hablar de familias gitanas que han tenido que abandonar Cáceres a
cuenta de que uno de sus miembros ha tenido la mala fortuna de matar, en
accidente de tráfico, a un miembro de otra de las familias, o bien las prohibiciones
territoriales que entre ellos se imponen y otros muchos inconvenientes que se
llevan a “punta de lanza”. Por tanto,
no es que el mundo payo discrimine al gitano, sino que ellos viven bajo otra
ley tradicional que, mientras no la deroguen, será el mayor inconveniente para
esa integración. Esto también debería decirlo Ramírez-Heredia.
Diario HOY, 18 de diciembre de 1984
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