Hay que ver lo que va de ayer a hoy, pero de un ayer casi inmediato a
la actualidad que vemos en la calle. Por ejemplo, en cuanto a las publicaciones
pornográficas, ahora las vemos ofrecidas sin recato alguno en cualquier
puestecillo callejero, en los propios quioscos y aun en las librerías, con
libre acceso para todos los que las quieran comprar. Creo que hay hasta algo
legislado en cuanto a que algunas —supongo que aún más subidas de tono— han de
tenerlas en bolsas de plástico no transparente, para evitar la curiosidad de
los menores. ¿Qué dirá, al ver todo esto, el cabo Piris que armó la que armó
por una estampa expuesta en una librería con la “Maja desnuda” de Goya, porque podían verla los escolares? Quizás
los dos extremos son ridículos y aquello se exageró hasta el punto de crear la
obra “La Maja desnuda de Cáceres”,
que se jaleó lo suyo no hace tanto, y que tampoco recogía toda la verdad de lo
sucedido.
Lo que sí es verdad es que, quizás por un movimiento pendular, ahora
nos hemos ido al extremo contrario y hay un descaro en ofrecer esta
pornografía, moda que espero pase para quedar las cosas en su sitio.
No niego que en mi época juvenil y aun anteriores, no tuvieran mucho
predicamento las “novelas verdes”,
que solían venderse “bajo cuerda” en
algunas imprentas, porque su comercio estaba muy perseguido y se leían a
escondidas para evitar la riña o el pescozón de los mayores, que pudieran
sorprenderte. A cuenta de ello, conozco una anécdota de un librero cacereño,
don Cástor Moreno, al que yo no alcancé a conocer, que cuando algún cliente,
sobre todo de pueblo, le pedía uno de estos libros le decía: “Se lo voy a dar envuelto, porque esto está
muy perseguido y no debe usted abrirlo hasta llegar a su pueblo”, y, en
efecto, le envolvía un catecismo Ripalda, que tenía el mismo tamaño, y se lo
daba con mucho misterio con lo que el cliente se iba muy complacido, aunque hay
que imaginar lo que diría cuando quitara el envoltorio.
Diario HOY, 26 de agosto de 1984
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