Hay algo que los ecologistas, tan puntillosos ellos en otras cosas,
tienen olvidado y es el atentado ecológico que el excesivo nivel de ruidos
viene produciendo en los humanos. Según previsiones de los estudiosos del tema,
de seguir así las cosas la Humanidad llegará a quedarse totalmente sorda. Esto
que es así y lo comprobamos a diario en nuestras calles con las motos a todo gas,
los altavoces que aturden ofreciendo cualquier cosa, tiene menos explicación en
los negocios particulares, donde los dueños parece que quieren ahuyentar a la
clientela a base de ruidos y molestias de todo tipo, haciendo incómodo el
establecimiento hasta cotas inimaginables.
Yo no sé si es que la Humanidad tiende a aturdirse, evitando el
diálogo, la conversación tranquila, a base de ruidos en los que nadie se entienda,
pero estimo que eso es lo más contrario a negocios que deben vivir del
bienestar de la clientela a quien sirven y de hacer apetecible su propio
establecimiento, por lo que creo que estos negociantes llevan un camino equivocado.
Hay que haber recorrido en un “sábado
noche” las tabernitas, bares y establecimientos de Cáceres para darse idea
de lo que decimos. Lo anormal, que comienza a ser normal, es lo siguiente: Hay
una serie de clientes con niños, que chillan y juegan a voces molestando a
todos (aunque esto puede sea inevitable); pero a ello se suma un televisor que nadie
mira, puesto a “toda pastilla”; únase
a ello la música del establecimiento con un alarde de decibelios, bajo cuyo
ruido no se entiende nadie; debido a ello los clientes tienen que hablar a
voces o recurrir a las señales porque las voces no sirven. Súmese a la
algarabía alguna máquina de hacer música por medio de monedas, puesta también a
todo gas; las tragaperras, que también dan su machaqueo insistente, y tendremos
una especie de antesala del infierno en la que acaba uno rechazando al entrar.
Y los dueños del bar o la cafetería sin enterarse. ¿Lo entienden ustedes?
Diario HOY, 24 de junio de 1984
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