Nuestras viejas cárceles

Ahora que tanto se escribe del poco “confort” de las cárceles y que, en contraposición, se ha llegado a decir que algunas de ellas son hoteles de varias estrellas, convendría recordar lo que han sido hasta no hace tanto y las condiciones infrahumanas en que en ellas se vivía.

Hay un libro actual, titulado “Morir en Extremadura”, del que es autor Ángel Rodríguez Sánchez, a través del cual puede uno darse cuenta de lo que debió ser la antigua “cárcel de Audiencia”, de Cáceres, ya desaparecida y que, sin embargo, debería ser un paraíso comparada con la anterior a la que vino a sustituir.

Para darnos cuenta de lo que todas ellas deberían ser en lo antiguo, vamos a recoger la “manda” ordenada en un testamento de un cacereño de 1576, el alférez Diego López González, considerado por ello como gran bienhechor de la Hermandad de la Caridad, o mejor dicho, de los presos, ya que en su testamento, fechado el 20 de enero de dicho año, mandó lo siguiente:

1º) Que en la cárcel se colocasen tres tinajas con calderetas, sujetas a las mismas con cadena de hierro para que bebieran los presos, renovándoles el agua todos los días del año.

2º) Que desde Todos los Santos hasta fin de marzo, se les diesen cincuenta cargas de leña para que se calentasen y guisasen la comida.

3º) Que en las vísperas de Navidad y Año Nuevo, se les diesen colación de rosquillas de alfajor, camuesas, nueces, higos, castañas y vino

y 4º) Que desde Natividad hasta Reyes, se diese a cada recluso dos libras de pan, una de carne y un cuartillo de vino.

Júzguese a través de esto, que se consideraba como algo extraordinario, las condiciones en que deberían vivir los presos de nuestra cárcel allá por los años de 1576 y compárese con las condiciones que ahora se exigen para ellas, y que a mí me parecen justas, porque la sociedad sólo ha condenado a los reclusos a la falta de libertad.

Diario HOY, 13 de mayo de 1984